El apego y la regulación de las emociones
Al pensar en la relación temprana que se gesta entre un niño y su cuidador es inevitable al apego y las emociones que se despiertan como las necesidades innatas que posee el infante, las cuales necesitan de un otro para ser satisfechas, como la alimentación. Existe otro mecanismo innato en los seres humanos, así como también en otras especies, que se expresa a través de conductas que buscan generar la proximidad del cuidador y así, posteriormente poder asegurar la supervivencia y la satisfacción de ciertas necesidades primarias como la ya mencionada. Estas conductas, cuyo origen recae en la búsqueda de protección, son llamadas conductas de apego y toman forma en los llantos, gritos o gestos que hacen los niños para obtener como resultado el acercamiento de su cuidador.
Este proceso no depende únicamente de las conductas de apego que pueda realizar el niño, para que tenga éxito la madre debe de poder reconocer las señales y responder adecuadamente a ellas, estando disponible para acudir al llamado y calmar la ansiedad del niño. Las conductas de apego se activan cuando el niño evalúa su entorno como inseguro, amenazante o displacentero, por lo que un correcto acercamiento de la madre puede devolverle la tranquilidad al niño, para que éste pueda continuar explorando. Cuando la correspondencia entre las conductas del niño y las respuestas de la madre se complementan y se sostienen en el tiempo, el infante desarrolla la seguridad de que frente a cualquier peligro habrá alguien disponible para él y podrá ser bien asistido, lo que le permite explorar y conocer su entorno con mayor confianza.
La madre actuaría como la base segura desde donde partir a explorar. Si la madre está disponible a fin de calmar la ansiedad y la inseguridad, con una presencia tranquilizante, sensible y serena, el niño va a desarrollar un apego seguro y va a animarse a tener conductas exploratorias y lúdicas en el mundo circundante. Si la base es segura, siempre se puede volver a ella en caso el infante experimente inseguridad o miedo. Si la base no es segura, no existen muchas garantías para alejarse de ella por lo que la exploración y el juego pueden verse afectados. En ese caso, las señales del niño no habrían sido bien correspondidas por la madre, quien podría no estar captándolas y, consecuentemente, no podrá hacerse cargo de lo que siente su hijo y así poder calmarlo. El niño estará constantemente vigilante y sensible a los movimientos y a la proximidad de la madre, pudiendo vivir cualquier separación como traumática. Cuando la madre no está disponible o no responde adecuadamente a las demandas, el niño aumentará sus conductas de apego hasta conseguir el objetivo o parecerá autosuficiente y sobre adaptado a la situación angustiante que está viviendo.
La experiencia de seguridad que se origina a partir de una respuesta adecuada de la madre es el objetivo principal del apego, que es, por encima de todo, un regulador de la experiencia emocional. De existir un cuidador que pueda reconocer los estados emocionales displacenteros y hacerse cargo de los mismos, pudiendo ser o no la madre biológica, habrá entonces un niño capaz de regular su temor y angustia frente a situaciones nuevas o amenazantes. El niño será capaz de tolerar las separaciones de sus cuidadores en tanto se siente seguro de que regresarán y podrá contar con ellos. Cuando la presencia del cuidador es inestable o no responde ante las señales, el niño no podrá recobrar la calma, imponiéndose la angustia y la desesperación. Al enfrentar una situación extraña podrá retraerse o sentir mucho miedo en tanto no ha desarrollado la seguridad de que alguien estará ahí para protegerlo. En estos casos el afecto puede ser desbordante o puede ser reprimido con mucha fuerza y aparentar autosuficiencia, en ambos casos el manejo de las emociones evidencia deficiencias. El vínculo y sus cuidados se internaliza y termina trabajando como un modelo interno desde donde uno interpreta la realidad y construye nuevas relaciones con otras personas. En ese sentido, es posible pensar el apego entre un niño y su madre como una necesidad humana universal y como prerrequisito para formar vínculos afectivos estrechos. Nuestras experiencias tempranas de apego tendrán una poderosa influencia en la construcción de nuestro mundo interno, en el manejo de nuestras emociones, en nuestro acercamiento a la realidad y en nuestras futuras relaciones interpersonales
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