La pareja bordeline y la angustia de separación
Por Carmen Valenzuela
A través de esta presentación, busco contribuir al tratamiento de las ansiedades y angustias, que se despliegan en la relación de pareja. Para ello, he tomado prestada de la psicopatología el término “Bordeline”, para delinear el rol protagónico de la ansiedad, angustia y sometimiento cuyo fin es evitar toda forma de separación.
Alguna vez S. Freud, dijo que si la ciencia ya no da respuesta, habría que preguntarle a los poetas. Arthur Rimbaud (1854 – 1891) es el poeta que mejor describe la relación compleja de una pareja enredada en la ansiedad y angustia en su obra “Una temporada en el Infierno” La Virgen Necia.
El Esposo Infernal
Oigamos la confesión de un compañero de infierno. “Oh divino Esposo, Dueño mío, no rechaces la confesión de la más triste de tus siervas. Estoy perdida.
Él era casi un niño… Me habían seducido sus misteriosas delicadezas. Olvidé todas mis obligaciones humanas para seguirlo. ¡Qué vida! La auténtica vida está ausente. Voy adonde él va, así ha de ser. “Y yo lo oigo cómo hace de la infamia gloria, de la crueldad encanto. ¡Oh! ¡Esos días en que gusta de andar con un aire de crimen! “A veces habla, en una especie e jerga enternecida, de la muerte que obliga a arrepentirse, de los desdichados que ciertamente hay, de los trabajos fatigosos, de las separaciones que desgarran el corazón.
“Veía todo el decorado de que, en espíritu, se rodeaba: vestiduras, paños, muebles; yo le prestaba armas, otro rostro. Veía todo aquello que lo emocionaba, tal como él habría querido crearlo para sí. Cuando me parecía tener el espíritu inerte, lo seguía, yo, en actos extraños y complicados, lejos, buenos o malos; estaba segura de que jamás penetraría en su mundo.
Junto a su amado cuerpo dormido, cuántas horas nocturnas he velado.Por último, su caridad está embrujada, y yo soy su prisionera. Ninguna otra alma tendría fuerza bastante – ¡fuerza de la desesperación! – para soportarla – para ser protegida y amada por él.
Ay! Dependía en mucho de él. Pero ¿qué quería de mi existencia apagada y cobarde? ¡No me hacía mejor, no haciéndome morir! Así, renovándose sin cesar mi sufrimiento, y hallándome más perdida a mis ojos… tenía cada vez más hambre de su bondad. Con sus besos y sus abrazos amigos, era en verdad el cielo, un cielo lóbrego, en el que entraba, en el que me habría gustado que me abandonase, pobre, sorda, muda, ciega. Me iba ya acostumbrando. Veía en nosotros dos niños buenos, con permiso para pasearse por el Paraíso de la tristeza. Nos concertábamos.
Muy conmovidos, trabajábamos juntos. Pero, tras una penetrante caricia, él decía: “jQué divertido te parecerá, cuando Yo ya no esté, esto por lo que has pasado! Cuando no tengas ya mis brazos bajo el cuello, ni mi corazón para en él descansar, ni esta boca en tus ojos. Pues habré de marcharme, muy lejos, un día. Además, he de ayudar a otros, es mi deber. Aunque no resulte muy deleitable…, alma querida…” De inmediato me representaba a mí misma, habiéndose marchado él, presa del vértigo, precipitada en la más espantable de las sombras: en la muerte. Le hacía prometer que no me abandonaría. Veinte veces la hizo, tal promesa de amante. Era tan frívolo.
A ratos, olvido la piedad en que he caído: él me hará fuerte, viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos en las calles empedradas de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin sufrimientos, O me despertaré, y las leyes y las costumbres habrán cambiado -gracias a su poder mágico, -el mundo, siendo el mismo, me dejará con mis deseos, mis alegrías, mis despreocupaciones.
Ignoro su ideal. Me ha dicho que tiene pesares, esperanzas: cosas que al parecer no me conciernen. ¿Es a Dios a quien habla? Tal vez debería yo dirigirme a Dios. Estoy en lo más profundo del abismo, y ya no sé rezar. Mas también su dulzura es mortal. Le estoy sometida. ¡Ah! ¡Soy necia!.
Las parejas cuya dinámica está agitada sobre permanentes e intensos estados de angustia, ansiedad, temor al abandono, fragilidad narcicista, y sometimiento; está condenada al deterioro emocional y moral.
Cuando uno de los miembros decide separase de esa relación la depresión asoma, lo que termina por volverse un huracán de temores y ansiedades.
Una paciente, que llega a consulta por una relación tortuosa con su pareja también mujer, caracterizada por situaciones de violencia, infidelidad, maltrato, etc; no soportaba los espacios donde no hubieran conflictos y caos. A pesar que racionalmente expresaba su deseo de dejar la relación, de dejarla a ella, y de cambiar de vida, la más mínima amenaza de separación la llevaba a un abismo del que sentía la perdida total de sí misma.
Fue cuando al traer a su pareja a sesión, se reactivaron las angustias y la paranoia se desató. En algún momento expresó: “La terapia nos va a separar”. Ambas se unieron y proyectaron sobre el proceso terapéutico todo lo que vivían afuera. Ambas, cumplían la misma tarea: descalificar la terapia. Frivolizándola, seduciendo a la terapeuta, despertando celos y gestos de infidelidad, es que defendían desesperadamente mantener y no cambiar su forma de vida. En tanto comprobaban que la terapia “no les servía” es que podían salir triunfantes y decirse a sí misma (para convencerse) que nada puede, ni vale la pena cambiar.
En tanto el proceso terapéutico se mantuviera firme, ambas se deprimían. Una se sometía más: en una oportunidad llego con golpes en el cuerpo, como retando a la terapeuta a que cayera en el error de ingresar a “separalas” mentalmente; la otra esperaba la más mínima prueba que le permitiera acusar para justificar “salvar a su pareja”.
Son relaciones difíciles, son relaciones que si bien acuden a sesión, hacen todo para evitar un cambio; e intentan montar en el espacio terapéutico un teatro, para desplegar sus escándalos y someter a la terapeuta a la mirada fascinada y a la vez pasiva.
Descripción Clínica:
Diría que en estos casos, el sometimiento cumple básicamente el rol de control.
Rol del Sometido
“El sometido es aquel que trata de liberarse por medio de la esclavitud”.
En el trabajo con parejas, el sometido es aquel que no ha logrado una identidad propia, es decir, no ha logrado una “existencia propia” por ello necesita ser validado por los otros.
Por ello, está a la expectativa de la respuesta emocional de su pareja, su estabilidad emocional depende de la aprobación o indiferencia del otro, si éste no lo valía siente que queda excluído de su mundo y todo los privilegios, que en la fantasía, se perderían si el otro no lo acoge, o no lo valida, lo mira por miedo ha quedar frustrado su deseo de intimidad, temor a ser castigado con la pérdida de amor, con la descalificación brutal, con su furia, con el abandono.
En la vida de pareja, se comprueba el profundo sufrimiento que es estar pendiente de la respuesta emocional del otro/a.
Es casi una continuación, del mundo emocional del bebé, que solo sabe de sí mismo por la expresión o gesto de quien lo rodea. El bebe, no tiene forma de saber que el humor cambiante de los que le rodean, el fastidio o el amor que experimentan hacia él, son más el producto de necesidades y estados internos que de su propia conducta y valía.
Para algunos, la vida está marcada por la conflictiva del sometimiento, por los intentos de lidiar con las angustias que produce la dependencia emocional y con las angustias generadas al intentar desprendemos de aquellos a los cuales nos sometemos. Es lo que explica por qué hay sumisión a una pareja que no responde a legítimas necesidades emocionales, o que tiene frecuentes estallidos de agresividad, o es infiel, o llega a formas brutales de maltrato. La sumisión requiere del autoengaño para poder continuar soportando esas condiciones, fabricándose, una y otra vez, argumentos que hagan creer a la razón lo que profundamente se sabe que no es cierto: que se sufre en esa relación, que el miedo a la separación —soledad, indefensión, sentimientos acerca de la imposibilidad de conseguir otra pareja- es capaz de imperar por encima de cualquier sufrimiento.
Tal como Rimbuad dramatiza: angustia, inhibición ha expresarse, la mirada atenta con temor a sus gestos, a lo que dice, a su tono de voz, a su cara. El otro es escudriñado inconscientemente de manera constante para ver si está conforme/satisfecho con nosotros. Sumisión al otro/a es lo que impide dejar fluir lo que somos, lo que deseamos, lo que pensamos, lo que sentimos.
El gran desafío que todo ser debe afrontar es cómo seguir en relación, cómo mantener el vínculo, cómo escuchar al otro/a, cómo tener en cuenta lo que el otro/a siente y piensa, y todo ello sin renunciar a ser uno mismo, aceptar las diferencias, con limitaciones pero con propios valores.
Estamos condicionados para creer que lo que el otro siente frente a nosotros —su entusiasmo o su rechazo, su deseo de acariciamos o la reticencia a nuestras caricias- testimoniarían sobre lo que somos, si somos dignos de ser queridos o no, sin darnos cuenta que, en verdad, lo único que indican es lo que le pasa al otro.
Las necesidades/deseos de intimidad de distinto hacen que la ausencia de la pareja, o la sola anticipación de que ello pudiera suceder, desencadene un estado de necesidad imperiosa semejante al provocado por la abstinencia en cualquier adicción.
“De inmediato me representaba a mí misma, habiéndose marchado él, presa del vértigo, precipitada en la más espantable de las sombras: en la muerte. Le hacía prometer que no me abandonaría. Veinte veces la hizo, tal promesa de amante.”
Proceso terapeútico:
Recuerdo una mujer en sesión, expresaba su angustia, celos y desesperación un mes antes del viaje de su pareja, lo cual terminaba por hacer insoportable la convivencia durante ese mes. Todo su diálogo giraba alrededor de ese tema. Lo curioso que al llegar el día y la despedida ella se extrañaba que el mundo continuara girando, que la tierra no se haya abierto, y que la gente no se paralizaba ante su pena.
Esto le permitió, decir en su sesión: “Estoy aquí y él allá y el mundo no se ha detenido… No se como será mañana, pero hoy me siento rara… No me siento mal, sólo rara”. El estado afectivo con que expresaba estas palabras era una mezcla de orgullo sobre sí misma y de dolor porque ya no quería como antes, y eso era una pérdida, pero con el sentimiento de que por primera vez era ella y no lo que él le hacía sentir que era.
Por supuesto que hay condiciones de la realidad que hacen que alguien no pueda separarse, o que el balance entre sufrimiento y satisfacción con la pareja sea equilibrado, que evitan la drástica, dolorosa y traumática decisión de la separación, pero el llegar a sentir que la persona que es nuestra pareja no es única, que sus respuestas afectivas frustrantes no son por lo que uno es sino que dependen de características del otro, contribuye —es lo que nos muestra el tratamiento de pacientes con esta problemática- a disminuir el sufrimiento, la dependencia afectiva, el daño a la autoestima, y a continuar con la pareja bajo otras condiciones.
Carlos y María (15 años casados) El motivo de consulta es el alcoholismo no reconocido de Carlos y la intolerancia y maltrato de María hacia él. Carlos expresa: “Recuerdo que ella, me dijo una vez en la playa que ella no era para mí, que ella se iría a Europa (me hablaba en francés) Yo decía que le pasa, pero aquella vez me hizo llorar… Que raro, ese miedo a que se vaya, es lo que vivo todos los días cuando lo primero que hago es ver su cara para saber de que estado de ánimo está, y efectivamente ella está molesta. Me condiciono, me voy, tomo licor para no pensar”.
La amenaza de abandono, es permanente. Siempre es un miembro de la pareja quien la usa, casi sádicamente. Ambos olvidan que separarse es no lo que no pueden hacer. Queda como tema pendiente, se les desgasta la vida, pasan los años y la sensación de hastío crece. Ella asume que él no ha hecho nada, que ha dejado los quehaceres pendientes, su expresión cambia y lo recibe molesta. El llega hacia ella y percibe su desaprobación, se siente incapaz e impotente, se angustia y perpetua la situación de quedar sometido a la voluntad y estado de animo de ella.
Javier y Roxana (10 años casados) Ella estaba marcadamente sometida a él. Esta mujer perdió a su madre a los 6 años, y a su padre nunca lo conoció. Sólo fue criada por su abuela materna quien fuera autoritaria y exigente.
El, venía de una familia migrante, que con mucho esfuerzo logró un imperio comercial. Su madre le enrostraba todo el tiempo su éxito basado en el esfuerzo : „trabajo manda, para tener plata”. La madre invadía la vida de él y sus hermanos, escogía a sus parejas y controlaba sus economías.
Se casan “a escondidas” de sus familias, y él intenta repetir con ella todas las situaciones de humillación y control que vivió. Aún, cuando siente que no es lo justo para ella, no puede evitarlo. Ingreso a una crisis, bordeando lo psicótico, cuando ella salió de su rol de sometida. Tuvo intentos suicidas, y de angustia insoportable. Javier expresa:
” Yo la he humillado 9 años, pero no soporto que ella lleve tres meses sin hacerme caso… No me mira, no me escucha, prefiere hablar con sus amigas, está a atenta al teléfono y me ignora… Eso me molesta mucho… Dice que soy poco hombre porque lloro…”.
El está casado con una mujer que se sometió pero que ahora ya no quiere seguir con ese rol. Él sufre al ver su modo de vida roto, se encuentra nuevamente con una mujer indiferente que le genera impotencia y lo vuelve “poco hombre” es decir, un ser no acabado.
El trauma narcisista por el rechazo real, o por lo que se siente como rechazo, crean la necesidad compulsiva, como en el ludópata, de volver una y otra vez para ver si en la nueva oportunidad el resultado es por fin favorable. Nada fija tanto a la otra pareja, como la necesidad de que se deshaga la afrenta narcisista, el deseo de que el otro/a sea como deseamos. El trauma narcisista no reside únicamente en que el otro no lo desee a uno sino, y especialmente, en el sentimiento de impotencia para hacer que el otro sea conforme a nuestro deseo, que sienta lo que deseamos que sienta, que sienta la necesidad de contacto con igual intensidad, y bajo la misma forma, que nosotros.
Juan y Rosa.
Juan, sentía angustia frente a Rosa, luego de 2 años de enamorados ella decide terminar la relación, ante lo que él se desespera. El no supera el dolor de la separación, la busca, espía, y a la vez la evade. En el proceso de terapia trabajamos la elaboración de su miedo, ha enfrentarse a las emociones particulares y privadas de la pareja.
El reconocimiento mutuo es quizás el punto más vulnerable del proceso de diferenciación para afirmar nuestra existencia, Juna necesitaba la oportunidad de actuar e influir sobre Rosa. Si ella no lo reconoce sus actos no tienen ningún significado; si ella tan por encima de él que nada que pueda hacer modificará su actitud, sólo cabe que se someta.
Podíamos llamar a esto la dialéctica del control: si controlo totalmente al otro, el otro deja de existir, y si el otro me controla totalmente soy yo quien deja de existir. El reconocimiento del otro es una condición de nuestra propia existencia independiente.
José y Carla
Se dieron cuenta cada uno, y sentir profundamente, que eran ahora un adultos, no el chiquito que dependía del favor de los demás, que el mundo es ancho y muy poblado, que el pequeño círculo familiar y de su entorno eran cosa del pasado, que si su mujer se enoja, lo central
de su vida no está comprometido. Fue llegar a sentir “se enojó, bien, pero ¿qué me va a cambiar mi vida hoy, mañana, dentro de un mes, dentro de un año por este enojo?” Fue reemplazar la inmediatez del enojo de su pareja por una vivencia de su vida como más allá de ese momento. Es la fragmentación del tiempo. Nuestras reacciones emocionales tienen esa marca de la pérdida de la dimensión temporal. Cuando Freud se refirió a que el tiempo del inconsciente era el presente, había captado algo de enorme trascendencia: nuestro tiempo emocional es el del presente. Corresponde a la psicoterapia -es uno de los focos explícitos que trabajo- hacer que nuestros pacientes puedan ubicar el momento emocional del presente en el tiempo más amplio del pasado y del futuro.
<strong>El Rol del Sometedor </strong>
El miembro de una pareja con rasgos paranoides, autoritarios, con explosiones de violencia, y con insensibilidad frente al sufrimiento del otro, es capaz de generar en el otro conductas de sometimiento.
El sometedor, es insensible al sufrimiento de su pareja, incapaz de reconocer las necesidades del otro no están en su horizonte mental.
Rimbuad lo dice: “él era inaccesible”.
El sometedor no reconoce a su pareja como alguien a quien cuidar; y sólo se dan cuenta que han pasado por encima de los demás cuando éstos protestan. No se dan cuenta ya que predomina la necesidad propia. Esto se refleja en situaciones tan cotidianas como servirse la mejor ración en la comida, hasta los que en cada oportunidad hacen lo que les conviene frente a la pareja, los hijos o los amigos, teniendo siempre un argumento que los autojustifique cuando son cuestionados.
Si se les reclama, responden “No me hagas sentir culpable… Yo no me siento culpable… no me voy a sentir culpable”.
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