El psicoanálisis de la actividad humana
En este articulo Donald Metzler se plantea qué hace que el Psicoanálisis sea una actividad principalmente humana. La temprana y entusiasta premisa de Freud de que todo aquel que pudiera aprender a analizar sus propios sueños, podría practicar análisis, ha progresado hasta sus propias antípodas. Debemos preguntarnos ahora, seriamente, cómo es posible para alguien practicar el análisis sin que resulte dañado.
Por supuesto, cada ocupación tiene sus riesgos, de modo que no cabe aquí el quejarse. Más bien es necesario contemplar los riesgos del trabajo psicoanalítico con mirada sobria y construir y probar medidas de seguridad y esquemas profilácticos. No hay duda de que el así llamado análisis didáctico ha sido un acierto, en cierto modo, el baluarte de la autodefensa del analista ante los riesgos del trabajo analítico y que continúa siéndolo así, de modo aún más realista, cuando se lo prosigue en forma sistemática como un autoanálisis.
El segundo baluarte ha sido el método analítico, el que seguido fielmente ha constituido la mejor defensa del psicoanalista ante la seducción de las emboscadas de las actividades contratransferenciales. Un presagio de esto último está dado siempre por una transgresión técnica. Posiblemente ninguno de estos esquemas preparatorios puede continuar funcionando en forma efectiva para el analista sin contar con sociedades científicas, con el contacto con otros analistas en seminarios, reuniones científicas, supervisiones y congresos. La historia del análisis del futuro probablemente no incluya la figura del pionero aislado que lleva esta disciplina a nuevas áreas de la tierra.
Casi con certeza será la tarea de un grupo. La importancia que la literatura pueda tener en todo esto, todavía, creo, no está clara. Sólo los esbozos intelectuales de un avance científico en nuestro campo, e comunicable por escrito, a excepción de aquellos raros individuos, como Freud, con un talento raro de primer orden. Menciono esos aspectos bien conocidos del problema para dejarlos de lado y centralizar mi atención en una exigencia más individual y en un nivel más personal: la práctica del psicoanalista como un acto de virtuosismo, una combinación de actividad artística y atlética. Aquí el término “condición” se hace tan aplicable al psicoanalista como al caballo de carrera, si bien es necesario elucidar su significado. Este es, creo, el tema central de este capítulo y no se refiere a la habilidad, conocimientos o carácter del psicoanalista, sino a su “condición”, y cómo mantenerse en ella en lugar de salirse fuera de la misma.
Del mismo modo que el estado de un atleta depende del training y el de un violinista de la práctica, así la “condición” del psicoanalista depende de un esquema de actividades diarias, semanales, periódicas y anuales que son calculadas como un apoyo directo e inmediato a su desempeño analítico. Podría nombrar algunas de las áreas que requieren modulación. Por ejemplo: el número de horas de trabajo, la cantidad de dinero que gana, la distribución de los pacientes de acuerdo con tipos y grados de enfermedad, el tiempo de descanso entre pacientes, el tiempo dedicado a tomar anotaciones y leerlas antes y después de los pacientes, el tiempo dedicado a lecturas, escribir trabajos, dar conferencias, enseñanza y a las vacaciones.
Esta lista podría por supuesto extenderse, pero el analista debe encontrar y mantener un óptimo para cada rubro de la estructura de sostén, debiendo estar preparado para modificarlo toda vez que haya evidencia de la necesidad y para resistir la modificación ante exigencias externas. En todo este tipo de consideraciones debe haber un principio directriz. El objetivo es la estabilidad y el secreto la simplicidad, pero sugiero que el principio guía sea el de una “tensión” equilibrada y cercana al límite.
Un colega me contaba que al reprender a su hijo por las muchas magulladuras con que retornó de un partido de rugby, éste le respondió: “si no doliera no sería deporte”. Me referí a la actividad psicoanalítica como una mezcla de esfuerzo artístico y atlético, tal vez a causa de este hecho central que nos dice que para que sea bien hecho tiene que “doler”. Debe realizarse con gran esfuerzo hasta donde lo permita la fortaleza del analista. Sólo dentro de un marco de trabajo con una tensión equilibrada puede surgir la misteriosa función de la creatividad que por sí sola hace que el analista sienta que tiene un lugar en la sociedad científica de sus iguales, más bien que un gremio de maestros jornaleros y aprendices.
El problema es también de índole social porque el preservar la individualidad científica y el evitar el aislamiento enervante no es una tarea fácil cuando abundan las “escuelas” y los “grupos”. Pero los problemas sociales o individuales están muy estrechamente ligados, tal como mi lista lo sugiere. La razón por la cual la actividad psicoanalítica puede ser equiparada a la de un atleta virtuoso se debe a que todos ellos confían en forma absoluta, en el calor de la ejecución, en el inconsciente, observado y concentrado por el órgano de la conciencia. Afortunadamente el psicoanálisis tiende a imponer cierta regularidad, aunque sean muy pocos los analistas que sacan provecho de esto manteniendo sus horarios en orden, o sea ver a un mismo paciente a la misma hora cada día, dejar las actividades profesionales ocasionales, tales como conferencias y reuniones para la noche, etc.
He notado que la calidad del trabajo se ve afectada adversamente, más tarde durante el día, cuando un paciente o candidato cancela su hora, aún cuando lo hagan con anticipación, dejando un hueco en el trabajo del día. Aún cuando el descanso sea bienvenido o este tiempo útil para otra actividad, quiebra la “marcha” del trabajo. Cuando se admite la exigencia de la tarea analítica y se acepta que los días “libres” pueden impedir profundización de la transferencia durante las tempranas fases y oponer los obstáculos a la elaboración más adelante, se hace evidente la necesidad de planificación para mantener la “marcha” y la “condición”. El pasar a un paciente a través del “umbral”, a la posición depresiva a niveles infantiles de la personalidad constituye con certeza el paso crucial en el establecimiento de las bases para la estabilidad de la estructura de la personalidad, del mismo modo que la superación de la identificación proyectiva masiva es crucial para el establecimiento de las bases para la salud mental, libre de psicosis. Pero el penetrar a través de esta zona oscura de valores de relaciones objetales requiere el esfuerzo máximo del paciente y el analista. El tiempo y la repetición por sí mismos no llevarán a cabo esta elaboración.
Este período, que generalmente se prolonga a lo largo de dos años de trabajo intenso, puede ciertamente ser equipado al esfuerzo que realiza el corredor de larga distancia, el alpinista, etc. Y así suele aparecer representado en los sueños de los pacientes. Creo que los analistas que trabajan dentro de un marco referencial kleiniano, que tanto se centra en el análisis del carácter y el logro de la integración, no pasaron airosos esta difícil fase del trabajo con sus pacientes si no mantienen un “nivel de desempeño excelente”. Si no alcanzan este grado de logro clínico, su trabajo no producirá frutos perdurables y tampoco sentirán convicción en sus mentes. Los pacientes que no han alcanzado la posición depresiva, recaerán. Los descubrimientos científicos que no están ligados, de algún modo, a una mejoría clínica que sea manifiesta y perdurable pierden su raigambre humana y su estructura de sostén en valores sociales.
Esto no los hace menos científicos o correctos, pero para sus autores puede quitarles importancia. ¿Por cuánto tiempo podrá una persona soportar este trabajo tenaz sin el apoyo de éxitos sociales y logros científicos? No creo que por mucho tiempo. ¿Cuáles son, por otra parte, las manifestaciones del “daño” a que me refiero, si no incluimos una crisis clínica? La respuesta es sorprendentemente sencilla y abrumadoramente pública. ¡El fracaso en el desarrollo! Sucederá eventualmente a casi todo analista, ya que la vitalidad y la concentración requeridas para un crecimiento continuo sólo se dan en los genios: Un Freud, una Melanie Klein. (Publicado en la Revista uruguaya de psicoanálisis, Montevideo, Tomo VII, Nª 4, p373, 1965)