La madre del obsesivo
“Tengo frio… un frio que cala hasta los huesos… necesito el orden, sino me confundo, todo es gris y necesito que me explique…”.
Con esta expresión, inicia sesión un hombre de 40 años quien sufre de neurosis obsesiva. Este inicio marcó todo su discurso, no sólo en esta sesión, sino en muchas otras sesiones. Su discurso racionalizador, defensivo, intelectual, anal, se hacía nuevamente presente, en ocasiones insoportablemente presente, no daba lugar, ni espacio a una elaboración real, a un insight.
J. Kristeva nos dice al respecto: “El habla del obsesivo precisamente se impone como una armadura impenetrable ante este retorno afectivo o pulsional. Por esta misma razón – como una pantalla sobre un trauma censurado- dificulta la capacidad asociativa idealmente deseada en la transferencia, cuando no la envía a los circuitos de la intelectualización ficticia, dificultando enormemente la cura analítica”.
Surgía la impresión de que no había espacio dentro de su psique para nada más que no sea su discurso, surgiendo por momentos a la en resignación y reducción del trabajo psicoterapéutico a insistir en la conexión idea-afecto, pero mecánico, forzado, sin esperanza, tal como el obsesivo actúa. Entre los autores, hay quienes han privilegiado, como las causas de la neurosis obsesiva, lo ocurrido en la infancia en la educación de esfínteres, y el fracaso de la situación edípica, en los conflictos orales, o las relaciones con sus primeros vínculos.
Estas causas también están presentes en numerosos cuadros psicopatológicos pero no explicaban por qué un sujeto deriva hacía una neurosis obsesiva y no cualquiera de otros cuadros.
Sin embargo, la sensación de congelado, improductivo, infértil, y los elementos y rasgos de muerte presente en los cuadros obsesivos; es lo que nos permite diferenciarlo. ¿Desde dónde se instaura está soledad y esterilidad? Difícil no pensar en sus primeros vínculos, en concreto, aquellos que remiten al rol de la madre
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