EL PSICOANÁLISIS Y LOS MODOS DE PENSAR ORDINARIO
Compartimos el articulo de André Green (Locuras privadas. Amorrortu editores. Buenos Aires)
En un trabajo inconcluso escrito en Londres durante el otoño de 1938 Freud escribió: “el psicoanálisis tiene pocas perspectivas de ser bien visto o popular. Y no solo porque muchos de sus contenidos afrentan los sentimientos de numerosas personas; casi igual efecto perturbador produce el hecho de incluir nuestra ciencia algunos supuestos -uno no sabe si contarlos entre los resultados de nuestro trabajo o entre sus premisas- que no puede si no aparecer en grado sumo ajenos al pensar ordinario de la multitud y contradicen de manera radical ciertas opiniones dominantes. No hay remedio”. Freud, se refiere aquí a lo inconsciente. Explica que las resistencias a lo inconsciente provienen de una censura no solo moral sino también intelectual como si su existencia amenazara la razón y la lógica. En este capítulo inicial trataré de mostrar que la progresión de la obra de Freud lo constriñó a reconocer la existencia de modos de pensamiento más extraordinarios de los que podía esperar cuando propuso su primera hipótesis sobre lo inconsciente.
Cuando aconsejamos al analizando qué omita censurar sus pensamientos y diga todo lo que se le ocurre, la censura en cuestión, es de dos categorías: moral e intelectual. Si el analizando emplea las asociaciones libres ha aceptado la renuncia de toda pretensión de nexo racional entre los pensamientos. Así se podrá establecer otro tipo de nexo por medio de la atención libremente flotante del analista. Las relaciones que la mente del analista establece entre diferentes partes del material comunicado, por la asociación libre, de analizando con inclusión de eslabones faltantes que implícitamente operan en silencio, indica que tras bambalinas obra cierta forma de lógica que no obedece a las reglas de la razón común. ¿Podría ser que no exista contenido latente alguno o que si existiera no fuera inteligible?
No me propongo resumir las diversas etapas que culminaron en la demostración de esta lógica. Me limito a apuntar que esta doble lógica fue teorizada por Freud en su oposición clásica entre procesos primarios y secundarios. Sí es consabido que los procesos secundarios son aquellos del pensamiento lógico tradicional y si se rigen por el principio de realidad, no siempre se deja en claro que también los procesos primarios, que se rigen por el principio del placer tienen una lógica implícita. He aquí sus principales características: desconocen el tiempo, no toman en cuenta la negación, operan por condensación y desplazamiento, y no toleran espera ni demoran. Logran expresarse sorteando los obstáculos que pretendieran impedirle darse a conocer, en otras palabras, permiten que nuestros deseos inconscientes experimenten cierta forma de cumplimiento.
Este es el punto principal que queremos señalar. No obstante la censura los deseos reprimidos alcanzan satisfacción a través de un modo especial de pensamiento. y así garantizan la victoria del principio de placer. Me parece que hemos subestimado el aspecto saludable de ese logro y hemos destacado en demasía su aspecto patológico.
La posición entre los procesos primarios y secundarios no se debe presentar diciendo que los primeros son irracionales mientras que los segundos son racionales. Más bien son procesos rivales y complementarios que se rigen por diferentes tipos de razón. Podemos extraer de esto dos conclusiones importantes. En primer lugar, la unidad psíquica del ser humano es una falacia. La validez de la ecuación psíquica = consciente fue cuestionada por la idea de lo inconsciente. El sujeto ya no era Uno si no Dos o, dicho de otro modo, la unidad era la de una pareja que vive en conflicto tolerable o en relativa armonía. La segunda idea, que precede de la primera, es que la existencia de dos términos en conflicto propende la creación de formaciones de compromiso para construir un puente entre ellas.
Me parece que si Freud se obstinó en mantener un punto de vista dualista en la teoría de las pulsiones por ejemplo fue porque había comprendido intuitivamente que la dualidad inicial era la condición necesaria para la producción de algo que naciera de la relación entre los dos términos genéricos.
No quiero decir que la dualidad sea primitiva sino que ese límite de la reducción máxima posible por lo que toca a la inteligibilidad. La condición necesaria y adecuada para que se establezca una relación en la existencia de dos términos. Esta declaración simple trae muchas consecuencias. Erige el par como una referencia teórica más fecunda que todas las que emplean la unidad como base. Si reflexionamos un poco más sobre lo que esta dualidad fundamental supone, en tanto condición, para que se produzca algo tercero descubrimos la base de la actividad simbólica. En efecto la creación de un símbolo demanda que dos elementos separados se reúnan para formar un tercer elemento que toma prestadas las características de los otros dos, pero que será diferente de la suma de aquella.
Todo esto nos conduce a la situación analítica. En ella, las dos partes que constituyen su esencia misma están reunidas y, al mismo tiempo, separadas. No mantienen contacto físico. El contacto se puede establecer del clima emocional de la sesión siliente. pero sabemos que el silencio puede ser vivir diferentemente por cada uno de los de los compañeros. Una forma de contacto se establece a través del habla, que indica la parte de sí que el analizando desea poner en contacto con el analista. Pero ¿podemos decir que el discurso del analizando es el analizando? evidentemente no, porque se operan la racionalización y la negación. Sin embargo, si no creyéramos que el discurso del analizando trata de decirnos algo acerca de él mismo, no habríamos preferido esta forma particular de relación. Debemos afirmar, entonces, que el discurso del analizando es y no es el analizando y que es producido por su actividad simbólica que procura reunir lo separado. Es que la separación se constituye una oportunidad nueva para otra forma de reunión.
Lo que está separado reclama una separación doble. Primero hay una separación entre el analizando y el analista pero esta separación es reiterada por cada uno de los compañeros. En efecto cada uno tiene un inconsciente separado de su propio consciente. El discurso del analizando será entonces el resultado de un doble compromiso. Expresará un compromiso entre lo inconsciente y lo consciente, y también un compromiso entre el deseo de estar en contacto con el analista y el de evitarla.
Parecidamente la escucha del analista tiene que trabajar sobre todos estos dominios al mismo tiempo: en efecto, debe reconocer que lo escuchado por él es un compromiso entre lo que descifra con ayuda de su consciente y lo que alcanza a comprender por medio de su inconsciente. Sería erróneo decir que el analista no comparte los deseos de contacto con el analizando, o que no está tentado de responder de manera simétrica a los movimientos, por los cuales este intenta romper ese contacto. La interpretación pugna por ser el mejor compromiso posible en esos movimientos de ida y vuelta. La interpretación, se expresa con fines paradójicos porque le es preciso mantener el contacto con el analizando y guardar al mismo tiempo la distancia necesaria para que esta forma de contacto pueda culminar en un insight. También en cuanto a su contenido, la interpretación es una formación de compromiso: condensa los modos de razonamiento que pertenecen al pensamiento lógico racional y aquella variedad de lógica que se rige por otro tipo de racionalidad. De hecho nuestras interpretaciones incluyen enunciados que se traducen en “sí”, “entonces”, “porque ”, “por eso”, “no obstante”, etc. Al mismo tiempo dicen también que cierta hostilidad manifestada es un signo de amor o que cierto amor aparente esconde mucho odio, que cierta indiferencia traduce sentimiento de desesperación o el deseo de morir es en realidad deseo de que otro muera o de fusión eterna con el otro.
La situación que acabo de describir supone que el yo puede ser capaz de reconocer la existencia de los procesos primarios de la razón subjetiva sin negar todo derecho a los procesos secundarios de la razón objetiva, sobre todo, supone que el yo puede pasar de la una a la otra sin desmentir su realidad psíquica y sin repudiar la realidad material. El yo tiene que ser capaz principalmente de establecer conexiones flexibles que en alternancia se hagan para formar hipótesis y conclusiones provisionales, y se deshagan para dejar espacio a otras que representen mejor la situación. Considero que conviene pensar que existe una tercera categoría de procesos. Propongo llamar procesos terciarios a estos instrumentos de ligazón a estas conexiones. En efecto, en oposición a lo que Freud creía no se trata tanto de que los procesos secundarios dominen a los primarios cuánto de querer el analizando puede hacer el empleo más creador de su coexistencia y ello en las actividades espirituales más refinadas lo mismo que en la vida cotidiana. Tal vez sea mucho pedir.
Mientras Freud consideró que podía confiar en el yo para conducirlo a una percatación de lo inconsciente, a través del retorno de lo reprimido, pudo creer que estaba en condiciones de resolver las dificultades inherentes al tratamiento psicoanalítico. Pero llegó a la conclusión de que gran parte del yo era a su vez inconsciente, y sin duda que éste fue para él un descubrimiento descorazonador.
Hasta entonces, lo inconsciente se revelaba a través de manifestaciones que probaban su existencia: deslices en el habla, parapraxias, fantasías, sueños, síntomas, transferencia, que una vez analizadas no podían menos que forzar al yo a concluir que lo inconsciente no era una ficción. Cuando Freud descubrió que el yo no solo era la sede de las resistencias, sino que era inconsciente de sus resistencias, y que sus mecanismos de defensas permanecían opacos para él mismo, se atuvo a signos que he podido escuchar pero que permanecían silentes para el analizando. Freud no halló los medios que le permitieran analizar lógicamente esto inconsciente no reprimido. El había hecho de la integridad del yo una condición preliminar para la posibilidad de emprender un análisis en “Análisis terminable e interminable” se vio obligado a admitir la dura verdad: “ el yo para que podamos concertar con él un pacto así tiene que ser un yo normal. Pero ese yo normal como la normalidad en general es una ficción ideal. El yo anormal, inutilizable para nuestros propósitos, no es por desdicha una ficción. Cada persona normal lo es solo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en grado mayor o menor”.
Notemos que Freud se refiere aquí a la psicosis y no a la neurosis. Esto significa que se ve obligado a admitir que el yo normal incluye una diversidad de distorsiones en su relación con la realidad. que ponen en duda su capacidad de integración, su poder de síntesis. Nos es lícito agregar que esta alteración del yo es responsable también de la defección del segundo aliado: la transferencia. La transferencia positiva, o aún la ambivalente, tenían por base la idea de que con la ayuda del analista se podía encontrar un compromiso mejor entre las demandas del ello y el yo. Que debe tomar en cuenta. también al súper yo y al principio de realidad. La reacción terapéutica negativa contradice esta presunción.
Durante el trabajo analítico no hay impresión más fuerte en las resistencias que la de una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación, y a toda costa quiere aferrarse a la enfermedad y el padecimiento. A una parte de esa fuerza la hemos individualizado, con acierto sin duda, como conciencia de culpa y necesidad de castigo, y la hemos localizado en la relación del yo con el súper yo. Pero se trata solo de aquella parte, que ha sido, por así decir síquicamente ligada por el súper yo en virtud de lo cual se tienen noticias de ella; ahora bien, esa misma fuerza pueden estar operando otros montos, no se sabe dónde, en forma ligada o libre. Si uno se representa en su totalidad el cuadro que componen los fenómenos del masoquismo, inmanente de tantas personas, la reacción terapéutica negativa y la conciencia de culpa de los neuróticos no podrá ya sustentar la creencia de que el acontecer anímico es gobernado exclusivamente por el afán de placer. Estos fenómenos apuntan de manera inequívoca a la presencia en la vida anímica de un poder que por sus metas, llamamos pulsión de agresión o destrucción y derivamos de la pulsión de muerte originaria propia de la materia animada.
En esta cita, Freud considera que los instintos destructivos son los responsables de este estado de cosas. No he de examinar aquí el concepto de pulsión de muerte salvo para señalar que si el final feliz no se produce es porque el yo parece haber capitulado ante esta inversión de los valores de la vida.
Dos razones serias, que atañen al yo y a la pulsión de agresión hacen que la acción del analista fracase, pero si intentamos comprender lo que Freud dice acerca de estas dos situaciones con arreglo a la perspectiva que he escogido, o sea la existencia de una lógica diferente, tal vez resulte posible superar el nivel de las meras declaraciones.
Volvamos a la cita de Freud, lo que parece ocurrido en el caso de estos analizando es que el principio de placer que gobierna la actividad psíquica ha traspuesto el orden de estos términos. La búsqueda de placer ha sido suplantada por la búsqueda de displacer y la evitación de displacer se ha convertido en evitación de placer. Es como si el sujeto dijera “Si” al displacer y “No” al placer. En muchos casos el analista considera que el “No” al placer es solo superficial y que satisfacciones ocultas mantienen el sufrimiento. Pero hay otros casos en que el dolor psíquico es tal que parece difícil creer que procure sujeto satisfacción alguna. Podemos preguntar: ¿en qué consisten los pensamientos inconscientes de estos pacientes? ¿en suma qué aspecto tiene su realidad psíquica si persistimos en considerar que su discurso manifiesto es un discurso encubridor?
La realidad psíquica de estos pacientes no es menos complicada que la realidad psíquica de aquellos casos en que predomina el principio de placer, también aquí el disfraz recurre a la condensación y al desplazamiento. Sin duda la diferencia reside en que la lógica que preside estas operaciones es una lógica de la desesperanza. Freud, afirmó que la realidad psíquica es la única realidad genuina. Esto también se aplica al caso que venimos considerando. Melanie Klein, nos mostró la importancia de los procesos reparadores en la depresión y creo que los casos que Freud menciona están penetrados de rasgos depresivos. pero hay más. Winnicott mostró que en ciertos pacientes la única realidad es de la que no está presente, que nos hace sufrir por su misma ausencia. La ausencia no conduce a la esperanza. sino a la desesperanza.
En este punto podemos inferir que los procesos de pensamiento inconsciente de los pacientes, que manifiestan los rasgos descritos por Freud remiten a una realidad psíquica -la única verdadera para ellos- formada por objetos que solo existen por el desengaño o el displacer que causan. El vacío del yo. es más consistente que sus logros. Esta venganza nace de una herida que alcanzo a estos pacientes en su mismo ser y desahució su narcisismo.
Ellos mismos no lo advierten en buena parte porque sus pensamientos no saben distinguir entre el daño que anhelan imponerse a ellos mismos que a menudo permanece inconsciente y el que ansían infligir a su objeto. No perdonan al objeto su incapacidad de valorarlos. Su ausencia en el momento en que más lo necesitaba ni que tengan fuentes de placer distintas de ellos mismos esta lógica de la desesperanza lleva un propósito constante demostrar que el objeto es realmente malo incomprensivo y rechazador para lo cual los pacientes inducen el rechazo de otros en el momento en que logran este propósito han demostrado no solo que no son capaces de inspirar amor sino que el amor de otros no es más que una fachada superficial que esconde su aborrecimiento. En suma el amor es siempre incierto el odio es siempre seguro.
De igual modo se las arregla para perpetuar todo lo posible esta forma de relación sadomasoquista que han escogido siempre que encuentren un compañero que acepte el papel que le han asignado.
Si el análisis se basa en la posibilidad de establecer en la actividad psíquica enlaces nuevos con lo que fue segregado por represión podemos afirmar que esta capacidad de establecer enlaces no está destruida aquí como en cambio lo está en la psicosis. Pero los enlaces se establecen siempre de una manera que confirma que resulta que su resultado nunca es positivo. Si el trabajo analítico proporciona a estos pacientes sentido adicional el resultado de un aumento del sentido es siempre una reducción en el ser. Paradójicamente, estos analizándolos solo tienen la sensación de un “plus ser” (plus-étre) cuando disminuye su “bien-estar” (bien-etré) lo que –en definitiva– constituye siempre una acusación implícita a aquellos que los han traído al mundo, puesto que no pidieron nacer.
La respuesta a esta situación procura mostrar al paciente su afán de producir desesperanza. El analista le resulta indispensable para verificar que este puede sobrevivir al aborrecimiento y seguir analizando lo que sucede en el mundo psíquico del paciente. Esta es la mejor prueba de amor que el analista puede dar: ayudarlo a él, al paciente, a reconocer que su aborrecimiento de sí es un sacrificio, y que el odio volcado sobre el objeto, es quizás como lo cree Winnicott un amor sin miramientos. Porque la ambivalencia extrema de estos pacientes corre pareja con su extraordinaria intolerancia de ella del mismo modo como sus sentimientos de culpa inconsciente. Reflejan su reforzamiento de sentirse culpables y una idealización extrema de la imagen que tienen de sí mismos, simétrica de la imagen del objeto ideal que en vano buscan sobre la tierra.
La lógica que antes expusimos la del proceso primario tal como Freud lo definió era en cierto modo una lógica basada en la idea de un par de opuestos formados por el anhelo, por un lado, y la prohibición por otro. Si la prohibición se suspendía podíamos suponer que nada impediría una unión feliz con el objeto. En síntesis, no se concebía que el objeto pudiera no amar al sujeto o que lo odiara. En esa perspectiva, la lógica de los procesos primarios es una lógica de la esperanza. Lo opuesto de lo que he llamado la lógica de la desesperanza. En esta, en el primer plano, se sitúa el objeto: no el deseo, no la prohibición. Si la unión feliz se experimenta como imposible es porque el sujeto no se puede sentir amado por el objeto ni puede amarlo. En una lógica diferente, respecto del conflicto entre el deseo y la prohibición, porque prevalece el conflicto entre el yo y el objeto que en torno del amor y del odio. Desde luego cuando hablo de objeto, me refiero al objeto interno, tan profundamente interno que es un objeto narcisista plasmado sobre el narcisismo herido del sujeto.
La reacción terapéutica negativa nos enseña que las fijaciones al odio son mucho más tenaces que las fijaciones el amor. Ello por dos razones: la primera es la convicción de haber sido destituido de un amor al que uno tiene tanto derecho como al aire que respira. En estas condiciones, es difícil resignar un objeto sin desear obtener este amor hasta el final. La segunda razón, es que el odio se acompaña de culpa. Resignar el objeto, es dejar de odiar pero descubrir una posibilidad de amor con otro objeto no solo significa permitir que el objeto primitivo de la fijación siga su propio destino sino también hacerlo desaparecer literalmente del self, y en cierto modo, abandonarlo. Hay culpa si se odia al objeto, pero la hay menos –tal vez más– si el sujeto deja de odiar al objeto para amar a otro objeto. La solución consiste entonces en perpetuar la atadura interna con este porque es mejor tener un objeto interno malo que arriesgar perderlo para siempre. Es notable la correspondencia entre la relación del yo con el objeto y del yo con el súper yo.
Volvamos ahora al aserto de Freud referido a las distorsiones psicóticas del yo. Hasta aquí debemos tratar solamente de la esperanza y la desesperanza dentro de un sistema especular de dos términos opuestos y simétricos en sí.
Podemos comprender qué contrariamente lo que dijimos antes no se produzca un tercer término ninguna efectiva simbolización faltan los procesos terciarios.
Refiriéndose a la represión y en la transformación de la realidad en la psicosis. Freud escribió lo siguiente en su trabajo “La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis”: “en la psicosis el modelamiento de la realidad tiene lugar en los sedimentos psíquicos de los vínculos que hasta entonces se mantuvieron con ella, o sea en las huellas mnémicas, las representaciones y los juicios que se habían obtenido de ella hasta ese momento y por los cuales era subrogada en el interior de la vida anímica”.
En formas muy severas de psicosis como la que él estudia en el caso Schereber, podemos ver el desarrollo enorme de esta transformación, que nos produce un sentimiento de extrañeza. Pero por lo común tratamos a pacientes menos perturbados que Schereber: los llamados casos fronterizos.
En “Neurosis y psicosis” Freud escribe: “el yo tendrá la posibilidad de evitar la ruptura hacia cualquiera de los lados deformados a sí mismo consintiendo menoscabos a una unicidad y eventualmente segmentándose y partiéndose. Las inconsecuencias, extravagancias y locuras de los hombres aparecerían así bajo una luz semejante a la de sus perversiones sexuales, en efecto: aceptándolas, ellos se ahorran represiones”.
En esta cita justifica la importancia que la escisión adquiere en la última parte de la obra de Freud. Si en el curso de un análisis es preciso confiar en la cooperación del yo el analista tiene que saber que este yo tiene dos lados: está escindido. En uno de sus últimos trabajos “Escisión del yo en el proceso defensivo” Freud describe así la situación: entre las demandas que hace una pulsión y la prohibición por parte de la realidad “el niño no hace ninguna de esas dos cosas”, o mejor dicho, las hace a las dos simultáneamente lo que equivale a los mismo.
En otras palabras, según Freud: el yo del niño no decide. Es decir, no juzga: admite dos juicios contradictorios al mismo tiempo. Vemos que esta operación es diferente a la represión que en apariencia decide de manera que la realidad prevalezca sobre las mociones pulsionales. Freud, insiste en esta coexistencia simultánea, en el caso de la escisión, por un lado el niño rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos y no se deja prohibir nada. Por el otro y a reglón seguido, reconoce que el peligro de la realidad objetiva asume la angustia ante él como un síntoma de padecer y luego busca defenderse de él. Las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo.
En la represión la relación entre el yo como representante de la realidad y las demandas pulsionales como representantes del placer es vertical. La represión domina al impulso pulsional esforzándose hacia lo profundo, en tanto que el impulso pulsional esfuerza en la dirección opuesta, hacia lo alto. Lo inconsciente es subterráneo en relación con lo consciente. En la escisión esa relación es horizontal. La razón del yo y la razón de las demandas pulsionales coexisten en el mismo espacio psíquico. Una coexistencia de esta índole constituye un factor de estancamiento cuando ocurre durante la cura analítica. Es como si el analizando oyera las interpretaciones del analista con un oído. El otro no cesa de cantarle la nana de la moción pulsional que lo mece y lo arrulla con un completo desconocimiento de aquel mensaje recibido. Las dos lógicas están en contradicción entre sí. Hay un rehusamiento a elegir cualquiera de los asuntos.
Antes que se descubriera el inconsciente del yo la represión inconsciente se tenía que disfrazar si quería expresarse. Detrás del no consciente podemos traer a luz el “sí” inconsciente. Pero aquí la estrategia del yo cambie dice “sí” y “no” al mismo tiempo. Lo que importa no es tanto el juego doble del yo en la escisión cuanto el carácter inconsciente de la escisión. No sale el paso una paradoja. En la represión lo inconsciente está separado de lo consciente pero el retorno de lo reprimido nos permite establecer un puente entre uno y lo otro. Lo reprimido permanece oculto, pero a veces se muestra a través de sus disfraces. En cambio, en la escisión los dos tipos de pensamiento parecen, a simple vista, coexistir y el yo yerra totalmente el juicio sobre su modalidad dual de funcionamiento. No existe comunicación entre las partes escindidas, no hay proceso terciario.
Hallamos que esta situación se prolonga en las asociaciones del analizando para el analista. Estas asociaciones son significativas y la interpretación que brota de ellas es concluyente. Pero el paciente no consigue establecer aquellos enlaces que le permitirán alcanzar la conclusión correcta. Es como si la secuencia de pensamientos se compusiera de piezas independientes. Parece que en este caso los procesos terciarios del analista se tendrían que poner a disposición del paciente. Tras la lógica de la esperanza y la desesperanza hemos descrito la lógica de la indiferencia.
Todos estos conceptos nuevos nacieron de los desengaños de la práctica analítica de Freud que redujeron sus ambiciones terapéuticas. Freud creyó haber infligido una terrible herida narcisista a la humanidad al demostrar que el yo racional no es el amo en el hombre. Pero con el paso del tiempo se ha comprobado que también la extraña lógica del yo del paciente puede infligir una herida narcisista al analista si le opone sus extraordinarios modos de pensamiento.
Ante este cúmulo de dificultades ¿cuál es la solución? Durante mucho tiempo el trabajo del analista consistía en pensar como el deseo inconsciente para integrar este pensamiento con el yo y enseñar a este a reconocer la otra parte del alma que se niega a someterse a la razón y a la realidad común. Pero ahora estamos frente a algo inverso. Se trata de un razonamiento acorde con los procesos de una locura del yo escondida en lo profundo. En consecuencia, el analista se tiene que entrenar en el empleo de tipos de pensamientos más y más alejado de la lógica racional. La lógica del principio de placer. tal como Freud la describió, en los procesos primarios se muestra demasiado simple en relación con la lógica que encontramos en los casos fronterizos difíciles. Estos revelan la existencia de lo que he llamado la locura privada del analizando. Esta locura privada solo se revela en el vínculo transferencial íntimo. Fuera de este vínculo, el paciente es más o menos como tantos otros ni más ni menos insano que aquellos. Es capaz de realizar las tareas que le tocan. Lejos está de carecer de sentido de responsabilidad. Pero a la luz de la transferencia revela un tipo de funcionamiento psíquico por entero diferente dentro de su mundo interior. La transferencia tiene el poder de revelar la extrema sensibilidad de estos pacientes para la pérdida y la intrusión. Siempre están buscando establecer una distancia psíquica que les permita sentirse a resguardo de la doble amenaza de invasión por el otro y de su pérdida definitiva de esta manera desarrollan una contradicción permanente que les hace anhelar lo que temen perder y rechazar lo que ya está en su posesión, pero cuya invasión temen.
De hecho, estas actitudes ocultan otra cosa. Si hay lucha contra la intrusión que invade es porque hay un anhelo secreto de ser invadido completamente por el objeto. No solo de estar unido con él sino de verse reducido a una pasividad total como un bebé en el útero. Este deseo puede ser contrabalanceado por el anhelo de invadir a la madre y ocupar por completo su cuerpo y sus pensamientos. De la misma manera si la resignación del objeto o su pérdida se temen tanto es también porque existe un anhelo de matar al objeto para encapsularse en una autosuficiencia mítica que libere el sujeto de todas las variaciones que el objeto le impone y que lo privan de constancia en sus relaciones con él.
Creo que no hemos tomado adecuadamente en consideración el camino por el cual las mayores contribuciones al psicoanálisis moderno han enriquecido nuestro conocimiento. Nos han enseñado menos sobre los contenidos psíquicos, puesto que siempre tratamos con las mismas cosas aunque su apariencia varíe. Han contribuido en cambio a nuestro conocimiento sobre tipos o formas de pensamiento. Lo que llamamos mecanismo de defensa son también modos de pensar.
Por ejemplo, cuando Winnicott describe fenómenos transicionales y objetos transicionales, crea una clase de objetos y un tipo de espacio en que el juicio de existencia no tiene cabida. Estos objetos son y no son el pecho o la madre. No importa lo que pensará Freud. La suspensión del juicio no siempre es perjudicial para el yo. Todo depende del valor constructivo o destructivo de estos nuevos tipos de objeto.
El análisis del hombre de los lobos el señor a Freud los efectos destructivos de la decisión las interpretaciones que hizo sobre la homosexualidad inconsciente del paciente no consiguieron resolver el enigma del caso. Ruth Mack Brunswick(Freud,19) indudablemente se aproximó mucho más a la verdad cuando escribió que el problema del hombre de los lobos era que no quería ser ni hombre ni mujer.
No es casual qué Freud descubriera la escisión a propósito del fetichismo ni lo es que volvamos nosotros a la sexualidad o más exactamente a la bisexualidad para referirnos al hombre de los lobos. Freud no dejó de insistir en que la vulnerabilidad del yo se sitúa en su nexo con la función sexual. Pero tenemos que comprender que esta se conecta estrechamente con las relaciones de objeto. Puesto que se trata de relaciones siempre se las puede considerar en función de unicidad, dualidad, trinidad, conjunciones, disyunción, fusión, separaciones etc que hacen referencia a una lógica arcaica: la lógica de la pasión.
Ya al término de su obra en “Contribuciones en el análisis” y el “Moisés y la religión monoteísta” Freud procura establecer un importante distingo entre verdad histórica y verdad material. No ofrece una definición formal de estas dos nociones, pero nos da a entender que la verdad histórica es lo que consideró verdadero un individuo en un momento de su historia durante su niñez. Esto es precisamente lo que el trabajo del analista debe reconstruir. En cambio, la realidad material denota una verdad objetiva. La verdad histórica es una interpretación subjetiva. Ella constituye un sistema de creencias y de modos de pensamientos que se fija en un individuo. La evolución ulterior ya no influye sobre este sistema el cual coexiste con el desarrollo de los procesos racionales. En cuanto la verdad material es ignota como tal. Solo es asequible por el descubrimiento de la distorsión de la verdad histórica.
Que la verdad sí material solo se alcanza por el análisis de la distorsión podría ser el tema de toda la teoría freudiana. Estamos destinados a la distorsión porque nacemos en estado de prematurez, dependemos del amor y de la protección de aquellos que nos cuidan hasta que podemos emanciparnos. La instancia que nos daría acceso a la verdad material es el yo. Experimenta el influjo de fuerzas pasiones de amor y de odio que rebasan su endeble poder y lo compele en establecer compromisos que siempre implican una distorsión inevitable. No es casual que el poder del yo se despliegue mejor en el intento de comprender y dominar objetos inanimados de la realidad.
Esta distorsión tiene raíces tan profundas y está establecida con tanta solidez y firmeza que hoy muchos analistas sostienen que nunca podemos alcanzar esta realidad material por la vía de reducir la distorsión de la verdad histórica. Solo podemos oponer otra construcción que es una aproximación hipotética a la construcción de la realidad histórica. En suma, cuanto podemos hacer es proponer una construcción hipotética adicional a la construcción del paciente. No se trataría de lo verdadero sino más bien de lo probable, de lo compatible con la verdad ignota. Presentaríamos al analizando otra versión del mito personal a que él se adhiere. Y esto pasa a formar la verdad compartida por él y nosotros. Es una verdad que él puede reconocer como propia y que nosotros le comunicamos tan pronto como discernimos a través de la transferencia esta verdad que él llevaba dentro sin saberlo.
Ahora bien, esta verdad no consistió solo en una masa de contenidos secretos si no también en un lenguaje secreto en un sistema secreto de pensamiento. Para llegar al resultado deseado es indispensable que el paciente consigue explicar no solo lo que tenía para ocultar si no el modo en que pudo ser ocultado. Si fue indispensable desembarazarse de eso no menos indispensable fue conservarlo. Contenido y forma son inseparables. Por eso el psicoanalista es hoy un análisis del continente en igual medida por lo menos en que los lo es de los contenidos. Esto exige que los psicoanalistas avancen mucho más en el manejo de esos modos extraños de pensamiento en los que Freud no se inició. Lo que no significa que hayamos de volvernos menos racionales. Por el contrario ampliaremos el dominio de la razón al admitir que en la mente humana coexisten diversos tipos de racionalidad que se compenetran. No nos volveremos más místicos sino más comprensivos y si fuera posible esperamos volvernos más sabios.
A medida que nuestro trabajo psicoanalítico alcance estratos profundos de la vida anímica nuestras hipótesis tal vez parezcan alejadas del pensamiento común y aún de aquellas formas de pensamiento que Freud trajo a la luz y que esclarecieron los nexos entre lo inconsciente y lo consciente. Esto en modo alguno facilitará la comunicación entre analistas y no analistas. No solo los pacientes racionalizan y desmiente. Como Freud, podemos decir: no tiene remedio en cuanto a lo que con ciertas reservas y aún resistencias, entre los psicoanalistas, hoy será evidente dentro de unas décadas.
Lo que Freud tomo por verdad material tal vez sea verdad histórica en el futuro próximo a la luz del conocimiento psicoanalítico. Y podremos así decir que la obra de Freud es históricamente pero no materialmente verdadera. Sus respuestas fueron compromisos entre un núcleo de verdad –que le permitió perdurar– y una intensa construcción psíquica acotada por los límites de su experiencia y por su fe en una forma de racionalidad demasiado rigurosa para que él pudiera comprender los tipos o formas de razonamiento extraviados. No tengo dudas de que estaba preparado para aceptar esta idea, y siendo nosotros sus herederos, debemos prepararnos para considerar esos desconcertantes modos de la razón con el objeto de arrancar una pieza de territorio al continente todavía ignoto del alma humana.