Análisis de “Los casos graves”
Introducción y Análisis de “Los casos graves”
El texto “Los casos graves” aborda las complejidades del tratamiento de la anorexia-bulimia, centrándose en la dimensión transversal de la gravedad que atraviesa el campo diagnóstico. Se argumenta que la gravedad no se define por la estructura del sujeto, sino por los obstáculos que surgen durante el tratamiento, poniendo en jaque la tratabilidad misma.
El texto explora seis temas principales:
- El Caso Grave:
El texto define el caso grave como aquel que desafía el tratamiento psicoanalítico, oponiéndose a la acción simbólica de la palabra. El cuerpo anoréxico-bulímico, con su inminente deriva hacia la muerte, parece resistirse al “apresamiento” de la palabra.
“El caso grave es, en otras palabras, el caso que pone en juego las condiciones mismas de su tratabilidad.”
Se destaca que la gravedad no se limita a la psicosis, sino que refleja una disyunción entre el campo simbólico y el real del goce.
- Empuje hacia la Muerte:
Se identifica el empuje hacia la muerte como la base masoquista de la anorexia-bulimia. Este empuje puede manifestarse de dos maneras:
- Actuación suicida: Cortocircuito en lo real a través de actos violentos.
- Cadaverización progresiva: Extinción gradual de la vida, “suicidio diferido”.
“Esta inervación de la muerte no aparece localizada en un órgano, sino generalizada sobre el sentimiento vital que alienta al cuerpo mismo.”
Se subraya la inclinación holofrásica del sujeto anoréxico, que refleja un defecto de simbolización, separación y metaforización, y la presencia de un Ello privado de inconsciente.
- Rechazo del Otro:
El texto distingue entre el rechazo como reclamo en la neurosis y el rechazo como pseudo-separación en el caso grave. En este último, el rechazo se convierte en un goce narcisista y superyoico de la privación.
“En la clínica del caso grave, por el contrario, el rechazo parece disociarse del reclamo, parece adquirir la forma de un rechazo sin llamamiento (al Otro).”
Se analiza el suicidio como posible expresión del rechazo radical al Otro, un intento de separación absoluta.
- Deriva Pulsional:
La deriva pulsional se presenta como un desbordamiento sin control, similar a la pulsión de muerte freudiana. Se observa un desgobierno pulsional, especialmente en la bulimia, donde el empuje a devorar se asemeja a una necesidad física.
“La fuerza constante de la pulsión se manifiesta como empuje a devorar. El montaje pulsional es rígido. Desaparece la referencia al Otro que caracteriza, en cambio, las formas clásicamente neuróticas de la bulimia.”
Se distingue entre casos con un montaje fantasmático inconsciente y aquellos donde la deriva pulsional no se vincula al fantasma o a una fijación erógena.
- Simbiosis Mortífera:
La simbiosis mortífera describe la relación del sujeto anoréxico con el Otro, principalmente la madre. Se caracteriza por la dependencia mutua, la imposibilidad de separación y la angustia ante la presencia o ausencia del Otro.
“Eso que es igualmente insoportable es la presencia o la ausencia del Otro: la presencia es una intrusión devastadora, la ausencia un abandono desgarrador.”
Se menciona la “identificación alucinatoria” de Brusset y el “matriarcado superyoico” de Selvini Palazzoli como ejemplos de esta dinámica. Se observa un odio-amor radical, no ligado a la dialéctica fálica, sino a la dialéctica ausencia-presencia.
- El Caso Residuo:
El caso residuo representa un desafío al saber especializado. El sujeto anoréxico se convierte en un caso intratable, resistente a la cura, desafiando al amo de la ciencia.
“Este desafío es actualmente social: mientras se multiplican los saberes especializados en el tratamiento de la anorexia, el alma histérica d la anorexia tiende a encarnarse en el hueso del caso intratable, del caso que derrota al saber del Otro, del caso grave como imposible de tratar.”
Se plantea la paradoja de la demanda: el sujeto se queja pero no quiere curarse. Se cuestiona cómo transformar esta demanda paradójica en una demanda efectiva de cura, y cómo rehabilitar el saber del inconsciente frente al saber especializado.
En conclusión, “Los casos graves” ofrece una profunda reflexión sobre la complejidad de la anorexia-bulimia, explorando las diversas dimensiones de la gravedad que la definen. Se cuestiona la eficacia del saber especializado ante la resistencia del sujeto y la fuerza de la pulsión de muerte. El texto plantea la necesidad de comprender la dinámica relacional y la singularidad de cada caso para poder abordar el tratamiento de manera efectiva.
Texto
Por Massimo Recalcatti
- El caso grave
En general podemos considerar como caso “grave” aquel que pone en jaque al tratamiento. Se trata de una primera formulación más bien empírica de “caso grave” que corta tansversalmente el campo diagnóstico si, como acabamos de afirmar, la gravedad del caso no depende de la estructura del sujeto, sino de los impasses que van cruzándose en el tratamiento. El caso grave es, en otras palabras, el caso que pone en juego las condiciones mismas de su tratabilidad. Es el caso que parece oponerse radicalmente a la acción simbólica propia de la operación psicoanalítica. La posición anoréxico-bulímica del sujeto pone en evidencia de por sí este límite de la acción simbólica al poner en primer plano un real (el del cuerpo-en-los-huesos de la anorexia grave como prefiguración inminente de la muerte y del cuerpo-boca de la bulimia que se consuma en una devoración infinita) que parece mantenerse en una relación de exterioridad respecto a la capacidad de “apresamiento” de la palabra, en el sentido de que el poder de la palabra se presenta neutralizado por la dimensión -digamos- somática de la enfermedad.
Los casos graves no son, pues, un tipo clínico, sino que indican la dimensión basilar -estructuralmente transversal- de una clínica, como es la anorexia-bulimia, que debe medirse directamente con un empuje real del cuerpo hacia la deriva mortífera del más allá del principio de placer. El cuerpo anoréxico no es un cuerpo que, ante todo, habla, como es en cambio el histérico, sino que es un cuerpo que se encuentra fundamentalmente en una relación de i’nminencia respecto a la muerte, es un cuerpo que bordea el abismo de la muerte. Por ello el caso grave tal y como lo entendemos no puede reducirse a la clínica de las psicosis, sino que caracteriza más en general una clínica que parece tener que hacerse cargo no tanto del funcionamiento simbólico del inconsciente sino de una congelación del mismo o, más precisamente, de la presencia de un Ello privado de inconsciente, una de cuyas manifestaciones puede ser el empuje a la muerte
La gravedad entendida en este sentido no puede, pues, coincidir con la psicosis, sino que indica una dimensión clínica más amplia que implica en general una disyunción fundamental entre el campo simbólico y el real del goce.
¿Cómo se encuentra en la clínica de la anorexia lo imposible de tratar? ¿Cuáles son las declinaciones del caso grave que muestra la clínica de la anorexia?
- El empuje hacia la muerte
El caso grave se presenta ante todo como empuje hacia la muerte. “¡Quiero morir!” es un enunciado recurrente que escuchamos de nuestros pacientes. La forma extrema y más habitual a través de la cual consideramos clínicamente un caso como “grave” es ante todo el riesgo real de la muerte. Éste es el punto donde se encuentran la clínica psicoanaJítica y la clínica médica: salvar al cuerpo del riesgo de la muerte.
Bien es cierto que este empuje hacia la muerte que constituye la base masoquista de la anorexia-bulimia puede asumir formas distintas. Vamos a tratar aquí de aislar las dos principales: por una parte la inclinación a actuar (en el acting out y en el pasaje al acto) que traduce el empuje a la muerte como empuje suicida y por otra la cadaverización progresiva del sujeto. En este segundo caso el empuje a la muerte no se manifiesta directamente en el acting suicida, sino que se somatiza, es decir, se traduce en una extinción progresiva de la vida, en una mortificación progresiva del sujeto que produce el apagamiento, antes que del cuerpo, del sentimiento mismo de la vida. En el primer caso el empuje a la muerte es directo, produce un cortocircuito en lo real, mientras que en el segundo se encarna en el cuerpo mismo del sujeto.
En el primer caso adquiere las formas del acto violento mientras que en el segundo se convierte en la tendencia de fondo que mueve al sujeto. Esta segunda forma es lo que he tenido ocasión de definir como pasión nirvánica del sujeto anoréxico. Es lo que Lacan definió una vez como “suicidio diferido” para indicar en ciertos sujetos (anoréxicos y toxicodependientes) este empuje hacia la muerte como inervado en el cuerpo mismo del sujeto. Esta inervación de la muerte no aparece localizada en un órgano, sino generalizada sobre el sentimiento vital que alienta al cuerpo mismo. El cuerpo va hacia la muerte, extravía su principio vital: Thanatos domina en sentido único sobre Eros.
La actuación suicida y la momificación somática son dos formas de la posición holofrásica del sujeto anoréxico. Cuando insistimos en esta inclinación holofrásica como inclinación estructuralmente transversal en la clínica de la anorexia-bulimia es para indicar un defecto de metaforización-simbolización-mentalización que es a su vez efecto de un defecto fundamental en la separación. De aquí otra modalidad de definición transclínica del caso grave: paralelismo integral entre la palabra y el goce, es decir que la palabra transcurre por una vía distinta a la del cuerpo pulsional y a causa de este paralelismo parece que no hay posibilidad alguna de producir una verticalización de la palabra sobre el goce, y por tanto una transformación de la economía pulsional.
Este hacer hincapié en la inclinación holofrásica quiere poner de relieve que el defecto de simbolización deriva de un defecto de separación. El sujeto no accede al símbolo porque permanece en la órbita cerrada de una relación simbiótica con el Otro, porque permanece absorbido en el Otro. En efecto, la holoffase no indica solamente la imposibilidad de la representación (una frase entera es deglutida por una sola palabra), sino que, según el uso clínico que de ella hizo Lacan, muestra también cómo esta imposibilidad del significante para representar al sujeto por otro significante se debe al hecho de que, en lugar de separarse, el sujeto queda como pegado al Otro. En este sentido, el defecto que podemos detectar ~n la simbolización corresponde a un defecto más fundamental que afecta a la relación estructural entre el sujeto y el Otro.
- El rechazo del Otro
En la anorexia bulimia la separación puede asumir la forma exclusiva del rechazo. Pero el rechazo del Otro no es una modalidad efectiva de separación. El rechazo es, como tal, una pseudo-separación, porque el sujeto, en realidad, continúa dependiendo del Otro en su rechazo. De hecho, una separación efectiva implica no ya el rechazo del Otro, sino la asunción de la dependencia del sujeto del Otro.
El rechazo del Otro es un aspecto decisivo del caso grave. Aquí el rechazo no es una modalidad del reclamo como ocurre, en cambio, en ciertas formas de anorexia. Debemos tratar de distinguir una escala diferenciada del rechazo. En la clínica neurótica de la anorexia el rechazo puede ser un modo para llamar, provocar, interrogar, agujerear al Otro. El rechazo puede configurarse como una modalidad de relación con el Otro.
Por ejemplo, la histérica puede rechazar al ser del padre real, pero sólo para hacer que este padre le dé lo que jamás le ha dado. Rechazar al Otro es aquí una modalidad para ponerlo en falta. Por mucho que este rechazo pueda endurecerse, se mantiene siempre en la dimensión de una dialéctica en ere el sujeto y el Otro.
En la clínica del caso grave, por el contrario, el rechazo parece disociarse del reclamo, parece adquirir la forma de un rechazo sin llamamiento (al Otro). Aparece más bien, en formas clínicas que quedan por diferenciar, un goce del rechazo: goce narcisista del ser rechazo y goce superyoico de la privación.
La propia clínica del suicidio, tan presente en forma superpuesta a la de la anorexia-bulimia, nos sitúa frente a la paradoja de dos estatutos del acto suicida. El acto suicida como alienación al Otro, en el cual el acto depende del Otro, es causado por el Otro y pretende remover al Otro. En esta lógica, el empuje hacia la muerte no puede disociarse jamás del decir. Es más bien un “decir” que se muestra en el “actuar”. Una acción que es un querer-decir. Pero el acto suicida puede responder también a la lógica de la separación. En otras palabras, puede ser un modo radical del sujeto no para reclamar la atención del Otro, sino para separarse de él de manera absoluta e irreversible. Puede ser una modalidad de pseudoseparación por rechazo. El sujeto puede no haber encontrado un lugar propio en el Otro y su rechazo puede ser entonces una respuesta al rechazo originario del Otro. Es la lógica que nos enseña la psicosis: el sujeto rechazado por el Otro, sin una inscripción simbólica en el Otro, sólo puede rechazar radicalmente a este Otro que le ha vetado cualquier acceso.
- La deriva pulsional
El caso grave puede asumir también la forma de la deriva pulsional. El sujeto aparece como sumergido por la marea creciente del empuje pulsional. La pulsión se presenta sin dique, completamente desenfrenada; adquiere las características demoníacas que Freud asignaba en Más allá del principio del placer a la pulsión de muerte como retorno siempre igual de lo Mismo. Sin embargo, este desenfreno de la pulsión no es suficiente de por sí para orientar el diagnóstico estructural hacia la psicosis. Lo encontramos a menudo en los casos de anorexia-bulimia graves en los que la pulsión aparece como sin barrera, sin la contención de un borde simbólico. Es lo que puede asumir las formas típicas del empuje bulímico hacia la devoración.
Encontramos un desgobierno pulsional grave (crisis bulímicas de comilonas y vómitos que pueden repetirse decenas de veces al día y durante largos períodos de tiempo) incluso en casos donde el diagnóstico de estructura se orienta hacia la neurosis. Asimismo, cuando decimos que la pulsión se presenta aquí sin dique simbólico estamos dejando en evidencia una fijación del sujeto y una repetición que parecen no haberse moderado por la castración.
La fuerza pulsional es de ritmo constante, nos explicó Freud. El problema es que en la bulimia este impulso constante parece haberse empecinado en el objeto oral. La fuerza constante de la pulsión se manifiesta como empuje a devorar. El montaje pulsional es rígido. Desaparece la referencia al Otro que caracteriza, en cambio, las formas clásicamente neuróticas de la bulimia, en las que la satisfacción pulsional está en relación con la Ley, y por tanto con el deseo.
En estas formas lo que está en primer plano no es la deriva de la pulsión como tal, sino el goce de la transgresión, es decir, una erotización (una sexualización) de la oralidad que implica el deseo inconsciente del sujeto. Una paciente bulímica explica, por ejemplo, que se ve empujada a comer sólo dulces, sólo en las horas nocturnas y sólo en el cuarto de baño. Esta serie de condiciones se deja fácilmente interpretar como expresión de un goce clandestino que indica una relación de transgresión de la Ley diurna. Los dulces, la noche, el baño constituyen una serie significante que localiza el goce bulímico encuadrándolo edípicamente. La escena primaria del sujeto está en relación con la fantasía de un comerse recíprocamente en la noche, con contactos orales prohibidos y con sucesivos recorridos del dormitorio al cuarto de baño realizados por sus padres despuésdel contacto sexual.
En otro caso, en cambio, el sujeto no sabe decir cuáles son las condiciones de la crisis bulímica. Ante todo, porque la crisis se manifiesta como continua e intensa, tan continua e intensa como su sensación de ser habitada por un vacío fundamental. En lugar de una serie de condiciones, que son el índice de un montaje fantasmático inconsciente, en los casos graves el empuje pulsional parece ser un empuje del Ello sin el marco del fantasma inconsciente. Es como encontrarse frente a la pura constancia acéfala del movimiento pulsional. Los elementos que emergen son la sensación subjetiva de un vacío infinito (vacío que no es aquí el índice de una falta del sujeto, sino más bien del hecho de que no hay falta de nada, de que nada falta, de que es la falta la que falta) que anhela su rellenado inmediato. El Ello se disocia del inconsciente como la pulsión lo hace del deseo. Queda la constancia pura rígida, de movimiento constante de la pulsión. El empuje a devorar adquiere la misma urgencia de la necesidad física, pero sin ser una necesidad física. En este sentido, si la bulimia da valor al estatuto de la satisfacción pulsional como tal (el sujeto no goza del objeto, sino con su propia actividad de devoración prescindiendo del objeto), se trata de diferenciar los casos en los que la bulimia responde a las condiciones de un fantasma inconsciente o en los cuales prevalece en cualquier caso la dimensión repetitiva del goce atada a una fijación pregenital (casos en los que el objeto alimento está en posición de objeto subrogado respecto al objeto perdido), de aquellos casos donde, en cambio, lo que queda en evidencia es una deriva pulsional que no puede enlazar ni con el fantasma, ni con una fijación erógena.
- La simbiosis mortífera
En los casos graves el sujeto aparece como avasallado por el Otro. “No puedo permanecer al lado de mi madre … , es insoportable … , pero para mí es igual de insoportable estar lejos de ella … “, declara una joven paciente. Eso que es igualmente insoportable es la presencia o la ausencia del Otro: la presencia es una intrusión devastadora, la ausencia un abandono desgarrador. .. En esta circularidad imaginaria, el uno y el otro se absorben recíprocamente. En el caso grave esta especularidad imaginaria entre el uno y el otro, esta especie de absorbimiento recíproco es absolutamente dominante.
El fundamento de esta imaginarización de la relación entre el sujeto y el Otro se encuentra en una identificación no edípica, no constituida bajo la enseña del Otro paterno, sino desarrollada como pegado, adhesividad, viscosidad entre el sujeto y su Otro materno.
Es lo que Brusset ha teorizado en los términos de una “identificación alucinatoria” sostenida por un fantasma regresivo, de “inclusión recíproca”, ¡fusiona!, “cuerpo a cuerpo, piel con piel”, un fantasma de indiferenciación entre madre e hija en el cual la angustia de la diferenciación se asocia en el sujeto a un1empuje agresivo y matricida que, al no poder elaborarse simbólicamente de ningún modo, da lugar a comportamientos autodestructivos que toman como blanco el cuerpo del sujeto.
Esta identificación del uno al otro, esta simbiosis del uno en el otro, se traduce, de hecho, en la experiencia clínica como arraigo de la anoréxica en el cuerpo de la madre. En el caso grave reencontramos este elemento casi como una constante. Es lo que Selvini Palazzoli definía a su manera como el régimen de “matriarcado superyoico” que caracteriza los conjuntos familiares de estas pacientes.
El sujeto no puede separarse del Otro. La angustia materna no tolera la separación del sujeto porque éste funciona como su prótesis imaginaria. Por otra parte, el sujeto no tolera poder abrir una falla en el Otro, encontrar la castración del Otro. Estamos, pues, ante un amor-odio del uno por el otro realmente radicales. Pero este amor odio no es de tipo edípico: odio por la otra como rival, odio como expresión de una rivalidad por la disputa del objeto amado. Y tampoco es del tipo denominado “pre-edípico”: odio unido a la reivindicación fálica; la madre no da lo que tiene (el falo) y la hija lo reclama. En ambas declinaciones de la relación madre-hija el falo se sitúa en el centro: el falo que la madre no ha dado a la hija o el falo que la madre representa como mujer para el padre.
El odio-a mor al que hacemos referencia aquí es probablemente más radical. No pa rece ligado a la dialéctica fálica, sino a la dialéctica ausencia-presencia. Es imposible para el sujeto soportar la ausencia del Otro. Pero también es imposible soportar la presencia del Otro.
No hay en el trasfondo un tercero del que dependa la pareja madre hija. Todo se juega en el cuerpo a cuerpo de dos. La angustia del uno impide la separación del otro y viceversa. El caso grave puede ser también la expresión de esta imposibilidad de la ruptura de lo Uno. Puede traducir la dimensión de catástrofe subjetiva que a veces asume una separación efectiva del otro real. Estar con la madre y separarse de la madre son situaciones límite para el sujeto, son estados vividos como auténticas amenazas para la constitución narcisista del sujeto, como factores potenciales de descompensaciones catastróficas. Una versión por extensión de esta dinámica es la que encontramos en situaciones clínicas que cuestionen todo el sistema familiar. El sujeto anoréxico, siguiendo diferentes modalidades, es tomado como el paradójico punto de mantenimiento de todo el equilibrio familiar. La intervención sobre el sujeto no puede, pues, prescindir en estos casos del tratamiento familiar. La gravedad va, en este caso, más allá de lo particular del sujeto: es la gravedad patológica de todo un sistema de relaciones del cual no puede prescindir el tratamiento.
Esta dinámica de odio-amor es la que tiende también a informar las relaciones del sujeto anoréxico con sus parejas: imposibilidad de separarse e imposibilidad de obtener satisfacción del hecho de estar juntos, angustia de separación y angustia por la presencia.
Donde el compañero parece inscribirse en una serie que mana de la huella dejada en el sujeto por el Otro materno. El odio-amor por la pareja que caracteriza la vida afectiva de muchas mujeres anoréxicas se revela como una repetición del desastre fundamental que marca la relación del sujeto con el Otro materno.
Del odio-amor que caracteriza la simbiosis mortífera de la relación madre-hija deriva, finalmente, otra declinación del caso grave: es la que podemos clasificar bajo la denominación de transferencia psicótica. En los casos graves la dialéctica de la transferencia en el transcurso del tratamiento tiende, en efecto, a producir unos fenómenos transferenciales típicamente psicóticos.
¿Qué características tiene la transferencia psicótica? Ante todo, la transferencia psicótica es una transferencia caracterizada por un exceso imaginario que aplasta la dimensión simbólica. En la psicosis, de hecho, en contra de lo que pensaba en cierto sentido Freud, no hay imposibilidad o ausencia de transferencia, sino, en todo caso, un exceso de ella, en el sentido de que “sólo” hay transferencia. Se trata de una transferencia de tipo especular donde el otro es odiado en la medida en que es idealizado. Es la transferencia que según Lacan alienta la relación del sujeto con su propia imagen ante el espejo: imagen
adorada por ser representación idealizante-narcisista del sujeto e imagen odiada por ser imposible de realizar, por estar permanentemente más allá del sujeto. En efecto, la transferencia psicótica conduce al extremo la dialéctica del amor y del odio que, como tal, atraviesa también las vicisitudes transferenciales en el transcurso de una cura. La transferencia psicótica, a diferencia de la que caracteriza la clínica de las neurosis, es una transferencia devoradora. Es producto de un empuje hacia la devoración que tiende a anular la alteridad del Otro. La imagen erotizada del otro es la misma que resulta agredida y vivida por el sujeto como persecutoria. Frente a las formas que asume la transferencia neurótica, en la psicótica no domina el amor como sentimiento de la falta del Otro (o como atribución al Otro del saber que se le escapa al sujeto), sino la exigencia imperiosa de su presencia.
La propia presencia del analista se convierte en objeto de devoración. Esto puede significar que su presencia debe ser garantizada de modo absoluto, debe poder estar presente constantemente como presencia, localizable constantemente en la realidad, o en caso contrario la transferencia puede virar hacia el odio y el sentimiento de persecución, puesto que la ausencia no puede simbolizarse de ningún modo y se manifiesta al sujeto sólo como “mala intención”, “maldad”, “desprecio”, “rechazo del Otro”. La matriz de esta configuración psicótica de la transferencia en la clínica de la anorexia-bulimia es la simbiosis mortífera madre-hija.
Volvemos a encontrar, en efecto, la misma paradoja que marca esta relación de dos: si el Otro no se deja devorar se convierte automáticamente en un Otro devorador; si por el contrario se aleja, el sujeto muere, se siente aspirado por el vacío, arrastrado en un torbellino que atenta contra su misma supervivencia. Asimismo -y es ésta la dimensión circular de la paradoja- , si el Otro está presente, por el solo hecho de estarlo , por estar presente en exterioridad, en su alteridad, el Otro se manifiesta en cualquier caso como persecutorio. El sujeto se siente devorado y el analista tiende a ser situado en el lado de una voracidad amenazadora. Es ésta la dificultad que a menudo condiciona el manejo de la transferencia en los casos graves. El analista no funciona aquí tanto como lugar de una suposición simbólica de saber, sino como “sujeto que se supone está presente”, sujeto que se supone sobrevive al empuje destructivo del sujeto. ¿Cómo hacer, pues, para no presentificar la boca devoradora del cocodrilo materno pero sin, a su vez, dejarse devorar? ¿Cómo sobrevivir a esta dimensión psicótica de la transferencia que encontramos tan frecuentemente en la clínica de la anorexia-bulimia y que la relación dual analista-paciente tiende a reproducir casi inevitablemente?
- El caso residuo
El caso grave puede asumir la forma de “caso residuo”. Se trata de una especie de desafío trágico al Otro del saber en la época de la afirmación del denominado saber especializado. Esta variante clínica del caso grave parecería indicar una forma histérica de la anorexia: borrar al amo de la ciencia, castrarlo, reducirlo a la impotencia. Este desafío es actualmente social: mientras se multiplican los saberes especializados en el tratamiento de la anorexia, el alma histérica d la anorexia tiende a encarnarse en el hueso del caso intratable, del caso que derrota al saber del Otro, del caso grave como imposible de tratar. Es algo que podemos observar también en las transformaciones más recientes de la demanda. Notamos, en efecto, que la demanda que asume ABA es cada vez más una demanda de “casos residuo”, es decir, de pacientes que han acumulado a sus espaldas varios intentos de tratamiento y que se presentan ellos mismos como casos imposibles de tratar. De este modo puede cobrar cuerpo el desafío histérico radical al Otro del saber: todo tu saber no es suficiente para cambiarme, para curarme, mi enfermedad particular es más fuerte que lo universal del saber científico … El caso residuo arroja a la impotencia al Otro del saber especializado mostrándose como imposible de curar. Es ésta una forma contemporánea que ha asumido la pulsión de muerte: el sujeto se queja de su síntoma, pero, como había enseñado Freud, no quiere curarse.
El Otro es movilizado alrededor del sujeto anoréxico que se yergue en la escena de la terapia corno una especie de motor inmóvil: todo se mueve a su alrededor, pero él permanece en la misma idéntica posición, inmodificable. ¿Cómo conseguir entonces transformar esta demanda paradójica -que en realidad contiene un desafío mortal dirigido al Otro- en una demanda efectiva de cura, es decir, en una demanda que implique al sujeto y su voluntad de saber? Es éste otro problema que la clínica de los casos graves plantea al analista.
¿Cómo hacer para barrar al saber especialista, para vaciarlo de sus contenidos universales, cientificistas, anónimos y rehabilitar el saber del inconsciente, el único que puede consentirle al sujeto atrapado en este desafío mortal al saber del Otro recuperar su peculiaridad irreducible?