Coyunturas de Desencadenamiento de la Anorexia
Introducción a las Coyunturas de Desencadenamiento de la Anorexia
Este informe analiza las principales ideas y temas presentados en el extracto del texto “Coyunturas de desencadenamiento”, centrándose en la anorexia y sus diversas manifestaciones según la estructura psíquica del sujeto.
Puntos clave:
- La anorexia no es una estructura subjetiva en sí misma, sino un fenómeno que la recubre. Se presenta como una solución subjetiva frente a una experiencia de ruptura o crisis en la identificación narcisista del sujeto.
- El concepto de “coyuntura de desencadenamiento” se utiliza para definir el momento de activación de la anorexia en la historia de un sujeto. Aunque originalmente asociado a la psicosis, se adapta aquí a la anorexia.
- Se identifican cinco coyunturas de desencadenamiento típicas:El encuentro con lo real del cuerpo sexual como campo de goce.
- El encuentro con una experiencia de duelo o separación que afecta la identificación fálico-imaginaria.
- La iniciación traumática en el discurso amoroso.
- La ruptura de una pareja imaginaria que garantizaba una identificación estabilizadora.
- La exposición del sujeto al goce del Otro.
- La anorexia como respuesta al encuentro con lo real del cuerpo sexual se manifiesta de manera diferente en la psicosis y en la neurosis. En la psicosis, la anorexia puede funcionar como un escudo para defenderse de un goce maligno, no regulado por la castración. En la neurosis, la anorexia puede indicar una respuesta a la división radical que el sujeto experimenta ante su propio cuerpo como campo de goce.
- La anorexia como respuesta a la separación puede ser una defensa contra ella o una actuación de la misma. En algunos casos, la anorexia se desencadena tras una experiencia de duelo, actuando como una identificación con el objeto perdido. En otros, la anorexia se presenta como una forma de negar la separación del Otro materno y mantenerse en la posición de falo imaginario.
- La anorexia como respuesta al fracaso en la iniciación al discurso amoroso se relaciona con la dificultad del sujeto en aceptar la falta del Otro y el riesgo de la pérdida inherente al amor. La anorexia puede ser una forma de rechazar la contingencia del encuentro amoroso.
- La anorexia como respuesta a la ruptura de la pareja imaginaria puede funcionar como un intento de reparar la compensación imaginaria en crisis. En la psicosis, la anorexia puede actuar como una nueva prótesis imaginaria para brindar al sujeto una identidad.
- La anorexia como respuesta a la exposición al goce del Otro se observa en casos donde el sujeto ha sido expuesto a un goce materno invasivo o a abusos sexuales. La anorexia puede ser un intento de interponer una barrera entre el sujeto y el goce descontrolado del Otro.
Citas relevantes:
- “En este estudio se muestra la existencia de una variedad de coyunturas de desencadenamiento de la anorexia, discriminadas a partir de la diferencia estructural entre neurosis y psicosis.”
- “En nuestra práctica mantenemos la categoría de “coyuntura de desencadenamiento” aunque, en realidad, la anorexia se configura más como una identificación nueva, es decir, como una solución subjetiva que tiende a reabsorber una experiencia de ruptura o de crisis en el ajuste identificatorio-narcisista del sujeto”
- “La tesis de que la anorexia es la respuesta del sujeto al encuentro con lo real de la sexualidad de su propio cuerpo como campo de goce, es una tesis que debe mantenerse como central pero que no abarca enteramente el marco de las coyunturas de desencadenamiento que la clínica nos ofrece.”
- “En las anorexias psicóticas, por ejemplo, la decisión por la anorexia puede funcionar como un escudo para defender al sujeto de un goce maligno, no regulado por la castración, devastador y sin enganche con el significante fálico, mientras que en las estructuras neuróticas el rechazo anoréxico puede indicar una respuesta a la condición de división radical en la que el sujeto se ha encontrado respecto al encuentro con su propio cuerpo como campo de goce.”
- “La anorexia, para Luisa, sutura de una vez la herida narcisista abierta por la traición y la mentira del novio y produce una nueva identificación. Me sentía fuerte porque ahora todo dependía sólo de mí. La anorexia es lo contrario que entregar a alguien la propia alma y el propio cuerpo. Es no depender de nadie.”
- “Si, en líneas generales, podemos afirmar que la compensación imaginaria es en la psicosis un modo para reemplazar la ausencia forclusiva del Nombre del Padre, la anorexia se presta a ser una nueva prótesis imaginaria para brindar al sujeto una identidad que no deriva de la función constituyente de la identificación edípica, sino que se instala como una decisión del sujeto de vivir siguiendo un método, una regla, una disciplina que, aunque loca, se convierte en un nuevo “centro” del sujeto.”
Conclusiones:
El texto “Coyunturas de desencadenamiento” ofrece una perspectiva compleja sobre la anorexia, enfatizando la variedad de sus desencadenantes y la importancia de considerar la estructura psíquica del sujeto para comprender el sentido subjetivo de la solución anoréxica. La anorexia se presenta como una respuesta del sujeto a diferentes experiencias traumáticas o de crisis, buscando una nueva forma de identificación o una protección contra el goce invasivo del Otro.
Texto
Coyunturas de desencadenamiento
Por Massimo Recallcati
La enseñanza de Lacan sobre la anorexia ha insistido en el rechazo anoréxico como maniobra subjetiva de separación respecto a la inclinación asfixiante de la demanda del Otro. El “comer nada” de la anoréxica se configura, en efecto, como un modo para disociar el deseo de la demanda, para diferenciar al Otro del amor del Otro de los cuidados. Bajo esta perspectiva la anorexia asume un valor transclínico indicando un movimiento de subjetivación del sujeto que a través del “¡no! ” a la demanda del Otro (“¡come!”) puede instituirse en una diferencia respecto al Otro. Se trata, como se ve, de algo que caracteriza incluso los primeros movimientos del niño destinados a discriminar “les deux horizons de la demande” (los dos horizontes de la demanda) , a saber la demanda del pecho, de lo que el Otro tiene, del objeto de la necesidad, de la demanda de amor, es decir, de una demanda orientada hacia el signo de la falta del Otro que “symbolise l’Autre comme te!, qui distingue done l’Autre en tant qu’objet réel, capable de donner elle satisfaction, de l’Autre en tant qu’ob jet symbolique “. Por eso el niño ” des sa premiere tétée peut deja fort bien commencer a creer cette béance qui fara que ce sera dans le refusde s’alimenter qu’il trouvera le témoignage exigé par fui de l’amour de son partenaire maternel. Autrement dit, nous pourrons voir apparaitre tres précocement les manifestations de l’anorexie menta/e “.
Decir “¡no! ” (escupir, cerrar la boca, rechazar el alimento) asume el valor paradójico de una elección del sujeto por su propia privación con el fin de invertir la relación de dependencia respecto al Otro, en el sentido de que gracias al rechazo anoréxico ya no es el sujeto el que depende del Otro, sino que es el Otro el que se encuentra dependiendo radicalmente del sujeto. “¿Qué quieres, si no quieres lo que te doy? ” Reencontramos aquí todo el valor simbólico de una observación empírica de Winnicott según la cual el ni o que duda del objeto-comida duda en realidad del amor del Otro.
Desde el punto de vista de la clínica psicoanalítica de la anorexia, podemos comprobar esta exigencia de separación -que late en la maniobra anoréxica- cada vez que el sujeto se sienta avasallado por la demanda del Otro. La exigencia de separación es lo que, en efecto, sitúa la anorexia del sujeto como respuesta a la demanda asfixiante del Otro, si bien la experiencia clínica nos demuestra la existencia de anorexias en las que, por ejemplo, puede predominar la identificación a la Cosa o a la enseña social (versión melancólica o versión epidémico-social, de masas, de la anorexia) que sitúa la anorexia más en la vertiente de la alienación que en la de la separación.
En este estudio se muestra la existencia de una variedad de coyunturas de desencadenamiento de la anorexia, discriminadas a partir de la diferencia estructural entre neurosis y psicosis. Estudiar las coyunturas de desencadenamiento ofrece, en efecto , una clave fundamental para investigar el sentido subjetivo de la solución anoréxica y para localizar elementos decisivos para orientar el diagnóstico estructural.
- Desencadenamiento y decisión del ser
En nuestra reflexión teórica utilizamos la expresión “coyuntura de desencadenamiento” para definir el momento de activación de la anorexia en la historia de un sujeto. Se trata, como es sabido, de una fórmula que la enseñanza clásica de Lacan reserva para la psicosis indicando con ella el efecto de ruptura de la compensación imaginaria causada por el encuentro con un significante (el “Un padre” de la Cuestión preliminar) que el sujeto no puede simbolizar en modo alguno. La teorización clásica de la “coyuntura de desencadenamiento” implica una lógica rigurosa compuesta por tres términos: una compensación imaginaria, el encuentro del sujeto, “en oposición simbólica” como precisa Lacan, con el significante del que está desprovisto y, finalmente, los efectos de ruptura que este encuentro produce en la compensación imaginaria que hasta ese momento ha permitido al sujeto cierta estabilidad identificadora.
En nuestra práctica mantenemos la categoría de “coyuntura de desencadenamiento” aunque, en realidad, la anorexia se configura más como una identificación nueva, es decir, como una solución subjetiva que tiende a reabsorber una experiencia de ruptura o de crisis en el ajuste identificatorio-narcisista del sujeto, que como un momento de fractura de las relaciones del sujeto con la realidad. Si, en efecto, podemos adoptar la noción de “coyuntura de desencadenamiento” en su significado de desgarramiento dramático, es necesario considerar, sin embargo, que la anorexia es en sí misma un remedio, una corrección, un tratamiento subjetivo de este desgarramiento. En este sentido, el momento en que surge la anorexia permite unir la tesis lacaniana de la psicosis como “decisión insondable del ser” con la del desencadenamiento, donde la primera tesis remarca la dimensión de elección subjetiva propia de la posición anoréxica del sujeto, mientras que la segunda acentúa el carácter dramático-coyuntural, contingente, de la anorexia misma como evento que supera al sujeto.
En este trabajo trataré de aislar ciertas declinaciones típicas de la coyuntura de desencadenamiento de la anorexia, considerando que al no ser la anorexia una estructura subjetiva, sino un fenómeno que la recubre, no podemos arribar a una definición de una coyuntura de desencadenamiento, sino tan sólo a una serie posible de coyunturas que se presentan, precisamente, como típicas.
- Coyunturas de desencadenamiento típicas
La clínica de la anorexia permite, pues, aislar una multitud de coyunturas desencadenantes que la experiencia nos revela como típicas.
La tesis de que la anorexia es la respuesta del sujeto al encuentro con lo real de la sexualidad de su propio cuerpo como campo de goce, es una tesis que debe mantenerse como central pero que no abarca enteramente el marco de las coyunturas de desencadenamiento que la clínica nos ofrece. Del mismo modo, debe considerarse hoy insuficiente la hipótesis que reconduce unívocamente el desencadenamiento anoréxico -precisamente a partir de la tesis clínica que acabamos de evocar – al paso evolutivo de la infancia a la adolescencia,como la expresión de una especie de rechazo del sujeto por el evento de la pubertad y de sus efectos sobre la imagen y sobre lo real del cuerpo. Tampoco en este caso se trata de una hipótesis falsa, puesto que es frecuente localizar la irrupción de la anorexia en relación con la llegada de la pubertad, pero resulta inaceptable la reductio ad unum que subyace en la misma. De hecho, la tesis psicopatológica que identificaba en la anorexia una “enfermedad de la adolescencia” queda actualmente superada con sólo considerar la tendencia, ampliamente demostrada por nuestros datos epidemiológicos, a la dilatación temporal -hacia la primera infancia y hacia la edad adulta- del desencadenamiento y del desarrollo efectivo de la anorexia. No es menos cierto que el tiempo de la pubertad sigue siendo un tiempo crítico fundamental que expone al sujeto a la necesidad de recolocar sus propias identificaciones y, sobre todo, a la necesidad de simbolizar, subjetivándolas, las transformaciones reales del cuerpo sexual y, desde este punto de vista, el desencadenamiento de la anorexia puede indicar una dificultad del sujeto para proceder en esta doble tarea.
Nuestra práctica con sujetos anoréxicos nos ha permitido aislar al menos cinco coyunturas de desencadenamiento recurrentes: el encuentro con lo real del cuerpo sexual como campo de goce; el encuentro con una experiencia de duelo y más en general con una experiencia de separación que mella la identificación falico-imaginaria del sujeto; la iniciación traumática en el discurso amoroso; la ruptura de una pareja imaginaria que garantizaba al sujeto una identificación estabilizadora; la exposición del sujeto al goce del Otro.
- Primera coyuntura: el encuentro con lo real del cuerpo sexual
En estos casos el desencadenamiento de la anorexia es una respuesta del sujeto al encuentro traumático con lo real del cuerpo sexual.
Pero esta respuesta, a su vez, puede graduarse siguiendo la diferenciación fundamental de la estructura. En las anorexias psicóticas, por ejemplo, la decisión por la anorexia puede funcionar como un escudo para defender al sujeto de un goce maligno, no regulado por la castración, devastador y sin enganche con el significante fálico, mientras que en las estructuras neuróticas el rechazo anoréxico puede indicar una respuesta a la condición de división radical en la que el sujeto se ha encontrado respecto al encuentro con su propio cuerpo como campo de goce. División radical en el sentido de la ambivalencia que ha atravesado al sujeto y respecto a la cual la anorexia se configura como una solución anestésica ante todo frente a esta misma ambivalencia.
Rosetta es un sujeto psicótico que desarrollará unos comportamientos genéricamente anoréxico-restrictivos después de su primer y único ciclo menstrual a la edad de 13 años. En el transcurso de su primer contacto sexual ocurrido cinco años más tarde, siente que su cuerpo se separa de sí misma y tiene la experiencia de una voz interior que se burla de ella y la insulta. Al día siguiente se produce un fenómeno alucinatorio: observa a su padre mojando un melocotón en un vaso de vino y ve, en lugar del melocotón y el vino, un trozo de carne chorreando sangre. Desde ese momento decide abstenerse de los contactos sexuales y endurece su anorexia de modo radical. Es éste el momento efectivo del desencadenamiento de la anorexia: rechaza la comida en general, evitando particularmente los “alimentos rojos”. Desarrollará sobre este punto una teoría delirante que denominará “teoría del alimento-filo”: los alimentos rojos son alimentos que pueden cortar el interior del cuerpo provocando lesiones y hemorragias irremediables. De este modo Rosetta muestra su imposibilidad para simbolizar lo real del cuerpo sexual.
Este imposible de simbolizar, localizado en la vivencia traumática de las primeras menstruaciones, regresa directamente en lo real de la alucinación auditiva y visual. El cuerpo sexuado como campo de goce no divide en este caso al sujeto, sino que produce la anorexia como respuesta y baluarte frente a un goce del Otro no filtrado por la castración.
En el caso de Natalia, en cambio, el desencadenamiento surge en la edad puberal después de descubrir unas revistas pornográficas de su padre. En particular, algunas imágenes que mostraban a mujeres obesas en relaciones sexuales orgiásticas. Reconocerá haber experimentado en ese momento una sensación de “exceso” , de “demasiado” que asociará con el impulso de vomitar. La grasa se pone en conexión con el sexo desenfrenado, sin límites, obsceno. Pero, sobre todo, es la imagen idealizada del padre la que se ve sacudida en ese descubrimiento. El padre amoroso y tierno de su primera infancia deja su sitio al padre habitado por un goce que Natalia considerará “anormal” y “monstruoso”. Quedarse flaca, volverse anoréxica fue sin duda un modo para eliminar de su propio cuerpo la “grasa sucia” asociada con el goce obsceno de su padre. Pero en el caso de Natalia, la mujer obesa es también la mujer embarazada. Su nacimiento ocurre, en efecto, en un momento que desafía el ritmo biológico. Nace, veinte años después que su hermana, de un padre ya anciano, “claramente viejo”. El misterio de su nacimiento a destiempo, a biológico, cuestiona el deseo del padre: ¿por qué me ha querido? ¿Por qué me ha dado vida? Interrogantes que vuelven de forma retro activa en la escena de las revistas pornográficas: ¿qué es lo que ha atraído a mi padre de la mujer gorda?
La anorexia restrictiva de Natalia se produce como una maniobra para diferenciar en el lugar del Otro la satisfacción de las necesidades de la prueba de amor. El cuerpo, como campo de goce, es rechazado, pero sólo para obtener una respuesta en torno al deseo del Otro. La anorexia reproduce además el mito fantasmático infantil que parece orientar su vida. En el hospital donde nació, murió ese mismo día otra niña, abandonada sin cuidados ni alimentos. Su padre quedó profundamente impresionado por ese hecho e hizo lo posible por ayudar a aquella pequeña. Cuando tenía 3 o 4 años, Natalia quedó muy impresionada en un restaurante al ver a una niña de su misma edad tragarse una espina de pescado y estar a punto de morirse asfixiada. Entonces pudo apreciar los cuidados que su padre había prestado a aquella otra niña. En el transcurso del análisis se preguntará: ¿acaso ocupo el lugar de la niña muerta de hambre para tener todos los cuidados para mí, para comprobar lo que significo ar mi padre?
La anorexia de Ángela primero, y su bulimia después, se desarrollan a partir de los 15 años, después de una operación quirúrgica en la boca sufrida por su padre. Esta operación hará que a su padre le resulte más difícil comer. En la mesa se verá obligado a emitir unos ruidos que Ángela encontrará “obscenos”. El encuentro con el goce obsceno del padre producirá el primer el rechazo anoréxico a alimentarse y después la compulsión bulímica, es decir, la reproducción de aquella misma obscenidad. A lo largo de sus atracones reaparecía en efecto, de modo incesante y “excitante”, el pensamiento del ruido de la boca paterna. El paso fundamental para Ángela ocurre a partir del reconocimiento de su defensa frente al deseo. En las crisis bulímicas, normalmente nocturnas, la boca obscena de su padre es la suya. Esa boca que “come sola”, que rumia y deglute, esa boca que evoca en el transcurso de las crisis bulímicas y en la actividad masturbatoria como una imagen extraña que produce excitación, es la boca del padre del goce. No el padre de la Ley, sino su contrario. Y es éste el modo en que se repite la fijación infantil del sujeto a la escena primaria. En plena noche, Ángela se despertaba sobresaltada por el ruido de las relaciones sexuales entre sus padres, cuya huella acústica reprimida podrá recuperar a lo largo de su análisis, formada, como dirá la propia Ángela, por algo similar a un “rumiar y deglutir de la boca”.
- Segunda coyuntura: realización de la separación
En muchas adolescentes la anorexia se desarrolla coincidiendo con viajes al extranjero, vacaciones de estudio, traslados, períodos de separación de la familia, etcétera … En otros casos encontramos que la anorexia acompaña, sigue o concluye el tiempo de un duelo. En codas escas situaciones el sujeto se ve enfrentado no tanto al cuerpo como campo de goce cuanto a la separación del Otro. Más concretamente, la maniobra anoréxica oscila entre ser una maniobra de defensa de la separación y una maniobra que realiza la separación como una especie de actuación de la separación misma.
En Giorgia, por ejemplo, la anorexia se desencadena algunas semanas después del encuentro en el hospital con su madre moribunda. El cuerpo delgado y marcado por el sufrimiento de su madre produce una identificación radical con el objeto de amor: Giorgia se asimila al Otro materno para impedir la separación del mismo y contener la angustia relativa a la posibilidad de perder de modo irreversible el objeto de amor.
En Evelina, en cambio, la anorexia se desencadena a los 14 años después de la decisión de sus padres de trasladarse a otra ciudad. Esta decisión le es comunicada bruscamente, sin consultarla ni dar le el tiempo para elaborar este paso. En pocos días se ve obligada a dejar atrás “su mundo”. La anorexia es, pues, para ella, un modo de recuperar el “derecho a la palabra”, para “¡decir que no!” al Otro familiar y, por tanto, para producir una separación efectiva de la voluntad del Otro, para adquirir estatuto de sujeto.
En Marcia la anorexia se desarrolla a los 32 años después de un aborto. En Lucia a los 41 años tras una separación conyugal cuyo duelo no consigue elaborar. En éstos, como en otros casos, la anorexia parece situar al sujeto en el lado del objeto según un movimiento que confirma la tesis de Freud por la cual la identificación al objeto perdido se produce como una dificultad particular del sujeto para avanzar en el trabajo del duelo. Si la “sombra del objeto cae sobre el yo” y si la anorexia es asimilada por Freud a la experiencia de la pérdida de la libido propia de la melancolía8 es porque el trabajo del duelo -que implica como tal la simbolización de la castración del Otro- como revés de la forclusión, es decir, como simbolización de una pérdida que se produce en lo real y no en lo simbólico, no se cumple adecuadamente. Frente a la pérdida del objeto de amor el sujeto se ve arrastrado junto al objeto, parece encontrarse en la misma posición que el objeto. En este sentido la anorexia es, desde luego, una maniobra de separación del Otro, pero sólo una seudoseparación puesto que, en realidad, el sujeto queda identificado a los restos del objeto, es decir, alienado al Otro. En el caso de Marta, el hecho de convertirse en anoréxica es descrito como una forma para “detener el tiempo” para “permanecer niña”. Parar el tiempo, hacer que el cuerpo regrese de este lado de la línea de sexuación, “permanecer niña” precisamente, significa para ella negar la separación del Otro materno, y por tanto mantenerse en la posición de falo imaginario del Otro. La sexuación del cuerpo se ata aquí a la cuestión de la separación al ser justamente lo que introduce una objeción real respecto al ser la niña-falo del Otro, es decir, el tapón imaginario de la castración materna. Desde este punto de vista, la anorexia no parece tanto promover una separación efectiva del sujeto respecto al Otro cuanto erigirse más bien en indicador de una inclusión imaginaria del sujeto en el Otro. Por esta razón habíamos definido el deseo anoréxico como un deseo débil porque si es cierto -como nos indica la enseñanza clásica de Lacan sobre la anorexia- que el rechazo anoréxico es una modalidad a través de la cual el sujeto se desengancha del Otro defendiendo su deseo del riesgo de verse aplastado en la satisfacción de la demanda, también es cierto que el sujeto anoréxico no soporta la angustia que acompaña la separación y que la propia anorexia indica en realidad una especie de separación cristalizada que, en lugar de extraer el objeto del lugar del Otro, conduce al sujeto a la identificación al mismo según un movimiento de alienación fundamental.
- Tercera coyuntura: el fracaso de la iniciación en el discurso amoroso.
Las anorexias que se desarrollan en edad puberal-adolescente encuentran a menudo su circunstancia desencadenante en una iniciación fracasada del sujeto en el discurso amoroso. En primer plano no aparece aquí tanto el encuentro con el cuerpo como campo de goce, sino más bien las vicisitudes de la demanda de amor.
La anorexia revela aquí su profunda afinidad con la posición femenina del sujeto que, como tal, depende en su ser del signo de amor, es decir, está en relación estructural con la falta del Otro (S(A)). En las anorexias que surgen en la edad adolescente podemos localizar con cierta frecuencia una dificultad del sujeto en el tiempo de acceso al discurso amoroso.
Para Luisa, por ejemplo, el desencadenamiento de la anorexia tiene lugar como una especie de respuesta “somatizadá’, “holofrasizada”, al descubrimiento de que su joven novio la ha traicionado. Para Luisa la mentira del novio es más insoportable que la traición misma.
Me había entregado a él en cuerpo y alma y él no sólo me ha traicionado, sino que además ha fingido amarme. Haber sido engañada a nivel de amor es lo que me ha resultado insoportable.
La entrada en el campo amoroso implica necesariamente, para el sujeto, una especie de salto al vacío. El sujeto se enfrenta no ya con una identificación estabilizadora, sino con una experiencia identificatoria-narcisista que queda expuesta a toda la aleatoriedad de la contingencia. En este sentido, la entrada del sujeto en el discurso amoroso es una experiencia de la falta del Otro que conduce al sujeto no sólo hacia un aplacamiento simbólico (del signo de amor) y una satisfacción narcisista (según la enseñanza clásica de Freud según la cual se ama en el Otro la propia imagen ideal), sino también frente al riesgo, siempre al acecho, de la posibilidad de la pérdida.
La anorexia, para Luisa, sutura de una vez la herida narcisista abierta por la traición y la mentira del Otro, instalando al sujeto en una posición de dominio imaginario. Cuando he empezado a no comer y a pensar exclusivamente en mi cuerpo delgado es como si hubiese encontrado una solución nueva. Me sentía fuerte porque ahora todo dependía sólo de mí.
La anorexia es lo contrario que entregar a alguien la propia alma y el propio cuerpo. Es no depender de nadie.
Esta separación absoluta de la demanda es una forma de rechazar la incógnita aleatoria del encuentro con el Otro y presenta claramente la anorexia, al igual que la toxicomanía, como la expresión de un anti-amor, fundamental , en el sentido de que el sujeto deja de buscar en el Otro aquello de lo que carece, encerrándose en un narcisismo mortífero donde no debe quedar ya ni rastro del Otro, es decir, donde todo debe doblegarse a la ley del puro cálculo dietético, a cuyos dominios debe reconducirse la incógnita aleatoria del encuentro. La anorexia es, en efecto, un modo radical de suprimir la contingencia del encuentro en un orden necesario, en una programación generalizada de la existencia.
- Cuarta coyuntura: la ruptura de la pareja imaginaria
Ana María es una gemela que a lo largo de su infancia vive como el doble especular de su hermana. Un entendimiento “telepático”, “mágico”, “único”, parece unir a las dos niñas. Frente a un padre real que Anna María ha percibido siempre como un “titán bestial”, una “fuerza oscura de la naturaleza”, un “gigante espantoso” y frente a una madre “inexistente”, angustiada y caprichosa, la relación gemelar, el hecho de ser idéntica a la hermana, es descrito como un “nicho” en el que resguardarse de la “tempestad de la existencia”. Esta pareja imaginaria queda rota por la decisión materna de matricular a las niñas en centros distintos en el momento de su paso al Instituto. Esta brusca separación de las dos gemelas y el encuentro de Ana Maria con el Otro simbólico del Instituto que ahora debe afrontar en primera persona, sin poder recurrir al apoyo imaginario de su hermana, produce una auténtica descompensación psicótica que en principio asume las formas paranoides de una sensación difusa de ser “mal vista”, “despreciada”, “perseguida” por sus compañeros de clase y por los profesores. La anorexia irrumpe entonces como un intento del sujeto de cerrar el barranco de la psicosis, de reparar de algún modo la compensación imaginaria en crisis. Pero la anorexia es también un modo de acentuar la diferencia con su hermana gemela que, de nicho protector, se ha convertido en otro perseguidor, insidioso y caprichoso como el Otro materno. La anorexia no es aquí una forma de hacerse idéntico al otro, sino un medio para “aislarse de todo”, y por tanto para ejecutar una forma extrema, antidialéctica, psicótica precisamente, de separación.
También Lucía desarrolla la anorexia en un modo tan brusco como grave al enterarse de que su marido tiene otra mujer. En este caso no se producen manifestaciones de celos o rivalidad con la otra mujer, sino la sensación de verse perdida, de carecer de un centro, de no tener ya un cuerpo vivo, de separarse de su propio cuerpo. El mundo y el sujeto viven la misma experiencia de pérdida de sentido radical. La ruptura de la identificación imaginaria con el marido genera un eclipse irreversible. El encuentro con este hombre se remonta a los años de la escuela primaria. Ella y su marido, dice Lucia, constituían “una sola cosa desde siempre” … Incluso habían decidido no tener hijos por esta razón, para no introducir “ningún elemento extraño entre nosotros”. Esta prótesis imaginaria que consistía en un formar y ser una “pareja indestructible” que “no tiene necesidad del sexo para existir, sino sólo de su propio ser” ha sostenido a Lucía hasta los 42 años, es decir, hasta el momento de la noticia de la traición de su marido, y por tanto de la ruptura de la idea delirante de esta “continuidad en su ser”. En este caso el desencadenamiento de la anorexia, acompañada de todos sus signos típicos (amenorrea, disminución de peso, obsesión por el cuerpo flaco, dispercepción corporal, negativismo, aislamiento, hiperactividad) sostiene al sujeto y se perfila como una alternativa subjetiva al hecho de estar en pareja. De este modo, en lugar de un desencadenamiento psicótico tenemos una “decisión del ser” que impide la producción de fenómenos elementales y que ofrece al sujeto un nuevo nombre respecto al de ser y formar “pareja”.
En estos casos se ve con claridad que la anorexia permite que la psicosis permanezca cerrada pese a la crisis de la compensación imaginaria. Si, en líneas generales, podemos afirmar que la compensación imaginaria es en la psicosis un modo para reemplazar la ausencia forclusiva del Nombre del Padre, la anorexia se presta a ser una nueva prótesis imaginaria para brindar al sujeto una identidad que no deriva de la función constituyente de la identificación edípica, sino que se instala como una decisión del sujeto de vivir siguiendo un método, una regla , una disciplina que, aunque loca, se convierte en un nuevo “centro” del sujeto.
- Quinta coyuntura: la exposición al goce del Otro
La madre de Daniela ha desarrollado un delirio de celos frente al marido. Más concretamente, está convencida de que el marido la engaña con su madre. Antes de que el delirio se desplegara de esta forma, la madre de Daniela había manifestado una serie de trastornos sólo aparentemente obsesivo-compulsivos. Tenía que lavar varias veces la lencería familiar para asegurarse de que resultara realmente “incontaminada”. También Daniela debía soportar un tratamiento similar. La madre la lavaba reiteradamente, incluso en sus partes íntimas, para estar segura de que no se contaminara. De niña, Daniela tiene que sufrir la irrupción del goce materno, que se presenta ante sus ojos como un goce superyoico, de carácter loco. “¡Tienes que estar siempre limpia!”, le gritaba la madre. Los comportamientos anoréxicos comienzan ya en la primera infancia, aunque será a lo largo de la pubertad cuando Daniela desarrolle una anorexia restrictiva grave que es, al mismo tiempo, el efecto de la interiorización del mandato superyoico materno (en efecto, para Daniela la anorexia es un modo de mantener su cuerpo constantemente “impoluto”) y el intento de interponer entre ella misma y la locura materna una especie de pantalla protectora (no es casual que la circunstancia de desencadenamiento de la anorexia coincida con la muerte del abuelo materno que garantizaba a Daniela una cierta suplencia de la función paterna). La anorexia de Daniela se configura, en efecto, como un tratamiento del delirio materno o, lo que es lo mismo, como una modalidad para preservarse como sujeto respecto al goce descontrolado del Otro. De hecho, cuando la hija se hace anoréxica, la madre no tiene más remedio que reducir sus feroces prácticas de limpieza del cuerpo de la muchacha. La anorexia de Daniela se desencadena, pues, en relación con la interpretación delirante del Otro materno de la sexualidad como contaminación maligna del cuerpo.
En el caso de Sandra, en cambio, la anorexia restrictiva se desarrolla unos meses después de haber sufrido abusos sexuales de un familiar. Para Sandra la experiencia del abuso sexual resulta aún más traumática puesto que el Otro materno, en lugar de defenderla del pariente abusador, le ordena “tener la boca callada”, dejándola caer como sujeto. Sandra tenía entonces 16 años. El desarrollo de la anorexia es repentino y muestra una especie de cortocircuito holofrásico entre la orden materna y su “elección anoréxica” que en este caso parece producir una auténtica somatización. La boca cerrada de Sandra es la respuesta del sujeto al goce del Otro. Por un lado, en el sentido de que es como si diera por no ocurrido el abuso (oral) sexual acatando el mandato materno, y, por otro, llevando al extremo esa orden materna de tener la “boca cerrada”, parece desvincularse del Otro abusador creando entre ella misma y el goce del Otro (en las dos vertientes representadas por la violencia impuesta por el goce sexual-oral y por el deber superyoico materno: “¡boca cerrada!”) una especie de barrera.
Como se ve, en estos dos casos la anorexia se configura como una maniobra de tratamiento del goce del Otro cuando este goce aparece fuera de la Ley simbólica, excesivo, no reglado. La regulación férrea en la que se vuelca la anoréxica puede ser, en efecto, una modalidad subjetiva (patológica y abocada al fracaso) para introducir una negativización de este goce maligno sin poder recurrir a la solución edípica.
- Consideraciones finales
En las anorexias neuróticas la temporalidad del desencadenamiento se estructura, como se ha visto, según una causalidad retroactiva. La coyuntura de desencadenamiento se produce como repetición de una escena traumática reprimida según lo que Freud, en el fondo, había estructurado ya en el Proyecto; para la joven Emma la angustia fóbica de entrar en las tiendas se asocia inicialmente a un incidente que se remonta a la edad de 12 años, cuando se había encontrado expuesta al escarnio de dos dependientes. Pero la matriz que convierte este suceso en traumático es un episodio infantil reprimido en el que Emma, con 8 años, sufre un acercamiento sexual por parte de un tendero. El carácter traumático de la primera escena se revela como tal sólo a la luz de la reactivación de esta segunda escena, es decir, de la agresión pedófila del comerciante.
En distintas coyunturas de desencadenamiento de la anorexia encontramos de nuevo esta función retroactiva de la temporalidad traumática, donde la anorexia es precisamente un retorno a través del cuerpo del encuentro del sujeto con un real no asimilable al orden simbólico. Este regreso a través del cuerpo no excluye la anorexia como decisión insondable del sujeto, pero constituye una especie de elección forzosa a través de la cual el sujeto se orienta hacia una nueva identificación (“soy una anoréxica”) más que hacia la formulación de una nueva metáfora sintomática (como se ve en el caso de Natalia o en los de Sandra y Ángela). Del mismo modo, el desgarro del ideal del amor unido a la pérdida del objeto (como en el caso de Luisa) expone al sujeto al trauma de la contingencia que la elección anoréxica trata de reabsorber imaginariamente a través de una exaltación del orden necesario propio del método anoréxico. También en estas situaciones el agujero real parece imposible de soportar, y en vez de dar lugar a formaciones del inconsciente produce una falsa separación del sujeto del Otro como tal.
En las anorexias psicóticas resulta fundamental explorar la relación posible entre el desencadenamiento de la psicosis y el de la anorexia. Existen a este propósito una variedad de soluciones posibles: en efecto, puede ocurrir que la anorexia sea una respuesta transitoria del sujeto que contiene el riesgo de un desencadenamiento psicótico (como en el caso de Anna Mmaria y de Lucía), o bien un modo para suturar de forma compensatoria una psicosis ya desencadenada (como en el caso de Rosetta). A veces, en cambio, la anorexia impide absolutamente el desencadenamiento psicótico al estructurar una identidad imaginaria del sujeto. Se trata en estos casos de la anorexia no como metáfora sintomática, sino como sinthoma que no se articula en una cadena significante, sino que funciona como un S1 inarticulable pero que ofrece al sujeto un centro de gravedad.
En ciertos casos de anorexia infantil se ve bien que la identificación anoréxica (o, en su vertiente opuesta, la obesidad) puede ser la forma con la que el sujeto trata su psicosis interponiendo entre él mismo y el Otro amenazador la barrera rígida del rechazo anoréxico (o la cobertura adiposa del cuerpo obeso). En estos casos no encontramos un desencadenamiento propiamente dicho de la psicosis por que la irrupción de la anorexia lo impide, al funcionar como Nombre del Padre para el sujeto.