Entre la depresión y la melancolía
Del texto la Clinica del Vacio por Massimo Recalcati
- Skammdegisthunglyndi:
En los meses de diciembre y enero, Islandia está iluminada por el sol durante tres o cuatro horas a lo sumo. Las estadísticas locales dicen que en el mes de enero los casos de suicidio aumentan. Esta depresión se denomina “Skammdegisthunglyndi ” (“depresión por día corto”). La terapia utilizada (“foto terapia”) consiste en exponer a los pacientes delante de unas lámparas especiales incluso durante varias horas diarias. La lógica que la inspira encuentra su fundamento en la suposición imaginaria de poder restituirle al sujeto de un modo “artificial “(vi semblant) el objeto perdido. El regreso del sol da lugar a celebraciones colectivas que, en algunos pueblos de los fiordos occidentales, a los que la luz les es negada, absolutamente durante todo el invierno, toman el nombre evocador de “Café de la luz del sol”. El período de luto forzoso ha terminado. La vida se reanuda… La libido se reanima …
2- Afecto depresivo
La clínica psiquiátrica presenta la depresión como un estado del sujeto caracterizado por un déficit de la voluntad, un encogimiento, una coartación, un debilitamiento de la capacidad de decisión. El estado del sujeto deprimido es un estado de aniquilación -de enflaquecimiento moral- cuyo fundamento, en última instancia, es de índole neuro-orgánica.
La clínica psicoanalítica, en cambio, sostiene que no hay un estado sino un afecto depresivo. El paso del estado al afecto indica cómo la depresión no se encuentra en el lado abstracto de una subjetividad decaída, restringida, deprivada, reducida en su poder de trascendencia, de proyectividad, de decisión, sino más bien en el de la relación del sujeto con el Otro. El afecto, de hecho, es un efecto de la acción del Otro sobre el sujeto y, al otro tiempo, una respuesta del sujeto al Otro.
El sujeto es rechazado, mantenido en la indiferencia, dejado caer, devaluado en el deseo del Otro, ya no encuentra lugar allí es rechazado, pierde todo valor fálico frente al Otro: hay afecto depresivo.
El sujeto pierde el objeto de amor, pierde el sostén narcisista que el objeto de amor garantiza, pierde la ilusión de la necesidad que el amor parece ofrecer sublimando la contingencia del encuentro en la quimera de lo Uno, del hacer y del ser Uno con el Otro: hay afecto depresivo.
El sujeto ignora la castración del Otro, no quiere verla, la oculta, no tiene intención de asumir las consecuencias prefiere conservar el Otro del ideal, prefiere seguir manteniendo su fe en el Otro ideal para poder encontrar en este su propi justificación: hay afecto depresivo.
El sujeto está inmerso en la rutina enajenante de una existencia afín a sí misma, continuativa. ordinaria, en la cual el goce se mantiene al alcance de la mano, depositado en el banco, al cubierto de la economía de mercado del deseo, a disposición, precisamente, de un sujeto que ha renunciado a su propio deseo para poder ir “tirando” en la administración de sus propios bienes (es, lo que Lacan llama propiamente, en Televisión, “cobardía moral”): hay afecto depresivo.
En el campo de la neurosis la depresión está en conexión con la castración, por tanto, con la relación entre el sujeto y el Otro. En todo afecto depresivo se reaviva, en efecto, algo de la castración. Desde este punto de vista la enseñanza de Klein conserva un valor propio: elaboración del duelo solo puede ocurrir allí donde haya habido castración, perdida del objeto, pérdida de ser, vaciamiento de goce.
El afecto depresivo marca una retirada del Otro que parece llevarse un trozo de sujeto. En este sentido, todo afecto depresivo renueva el efecto letal que el tratamiento significante ha impreso originariamente en el sujeto: algo es perdido de nuevo; de nuevo, algo se pierde.
El afecto depresivo implica cierta adherencia del sujeto al Otro, una preponderancia de la alienación sobre la separación. El sujeto depresivo en el fondo, permanece alienado por el Otro, no se separa queda en la inercia. En, este sentido, si el fundamento de la depresión es la castración del sujeto -efecto de la simbolización originaria duplicada por la simbolización edípica-. La depresión misma es un modo para ocultar la castración, para preservar al Otro del ideal. La elaboración del duelo desengancha al sujeto de esta identificación a ser el ideal de su propio Otro Ideal.
Por ello podemos notar el efecto existencial de aligeramiento que connota típicamente una elaboración lograda del duelo.
Así pues, en el campo de las neurosis la pérdida de tener -la pérdida de un objeto- sacude al ser, lo hace vacilar, lo embrutece, revela su fundamento de pura contingencia. En este sentido, el afecto depresivo demuestra que un menos, una resta, una pérdida se ha infiltrado en el mundo. Algo que antes estaba ya no está. El mundo tiene menos valor, el mundo, escribe Freud, se vacía. Al sujeto le corresponde la tarea, en el trabajo del duelo, de reajustar el tejido significante de su propia existencia a partir del agujero que el hecho de la pérdida a excavado en lo real.
3- La melancolía como estructura
El afecto depresivo no es, como tal, una estructura. El afecto depresivo atraviesa más bien todas las estructuras, es trans clínico. Asimismo, lo real de la depresión se revela plenamente en la estructura clínica de la melancolía, que Freud incluye en el campo de la psicosis. Así, si en la depresión neurótica es el mundo el que falta, el que se vacía, el que revela al sujeto la ausencia, la pérdida del objeto, el humor depresivo, de alguna manera, precisamente el efecto que suscita sobre el sujeto esta
ausencia el objeto perdido en el Otro-, en la melancolía, precisa Freud, es el yo el que se vacía. El agujero ya no está en lo real, -el objeto perdido-, sino que se revela directamente en la inscripción del sujeto en el campo simbólico del otro. En este sentido, Lacan contrapone el proceso del duelo al de la forclusión, sosteniendo que, si en el duelo existe un trabajo de simbolización de un agujero real, en la forclusión el agujero está precisamente en el orden simbólico como tal, y es directamente a lo real donde, como se enseña la psicosis, regresa aquello que, primordialmente, no ha sido simbolizado.
Así pues, mientras en la clínica de la depresión neurótica se sitúa en el centro la pérdida del objeto, el mundo, afirma Freud, se vacía. El sujeto queda sometido al principio normativo de la castración y el trabajo del duelo puede permitirle reconstruir el sentido de su propio ser, sacudido por la erosión de tener provocada por la pérdida del objeto de amor, lo real de la estructura melancólica revela, en cambio, la paradoja radical de una pérdida sin objeto, una pérdida absoluta, no simbolizable, infinita, no contingente, sino más bien imposible, es decir, que no cesa de no escribirse y que, como tal, vacía el ser del sujeto. Es la hemorragia libídica de la que habla Freud, reduciéndola a puro residuo, desecho, despojo, detrito.
Si en la depresión neurótica el afecto depresivo permanece en conexión con el otro, si bien en forma de una inclinación del sujeto a una inercia no dialéctica, en la posición melancólica prevalece, en cambio, la ruptura neta, la desconexión del otro. El sujeto rechaza el precio impuesto por el otro. Se mantiene una identificación a la cosa no dialectizable, no subordinada al principio normativo de la castración.
En efecto, el sujeto melancólico, como nos recuerda con precisión Freud, defiende un goce no negativizado por el significante. El tiempo de la alienación se absolutiza hasta invertirse, si podemos llamarlo así, hasta dar un giro sobre sí mismo. Es la alienación de la alienación. El sujeto no pierde cierta esencia a cambio de suscripción simbólica en el sentido como ocurre en el tiempo de la alienación significante, sino que se convierte él mismo en el ser perdido, en el desecho, en el despojo, en el objeto en cuanto tal. Esta duplicación de la alienación es lo que hace impracticable para el sujeto el tiempo de la separación. De hecho, el melancólico no accede a la dimensión del deseo, sino que queda atrapado en la identificación primordial a un goce del ser puro, con la pura pulsión de muerte.
En el delirio melancólico, esta imposibilidad de la separación asume a menudo la configuración de la imposibilidad para el sujeto de acceder a la propia muerte. Para el melancólico, morir realmente es imposible porque el sujeto queda reducido ya en vida a objeto, a muerto viviente. Su decisión anticipadora, como diría Heidegger, no puede pues encontrar sustento en un deseo que no existe, porque el sujeto está tan cosificado en el objeto que es literalmente el objeto. De este modo el melancólico derriba a ese ser para la muerte que sitúa Lacan en función y campo como fundamento de la ética del psicoanálisis. La muerte es imposible para él porque la muerte es accesible sólo a los vivos, no a los muertos, no al que ya está muerto, no a quien permanece pegado desde siempre a la muerte por no pagar el precio que como tal el vivo queda obligado inevitablemente a pagar al entrar en el campo del otro.
4- El círculo anoréxico bulímico.
Un paseo clínico a través de la anorexia bulimia puede ayudarnos a aclarar lo real en juego en el afecto depresivo y en la posición melancólica.
En efecto, la dimensión puramente imaginaria en la que los islandeses ponen en práctica con la fototerapia la recuperación del objeto perdido encuentra una especie de correspondencia clínica en la anorexia-bulimia.
Aunque con la diferencia sustancial de que mientras los islandeses saben que es la luz o lo que se trata de recuperar para la vida, no está claro que las anoréxicas bulímicas sepan algo de aquello cuya pérdida padece. De la misma manera, también en la anorexia-bulimia, el sujeto se prodiga en recuperar en el objeto alimento, elevado al rango de objeto subrogado, del objeto perdido, la cosa del deseo. Pero la insatisfacción que suele dominar este empuje hacia el encuentro de la cosa puede apuntar, en la anorexia-bulimia, a una estructura histérica del sujeto: nada es suficiente para restituir al sujeto el goce sustraído por la ley de la castración.
De la misma manera, en la anorexia bulimia-histérica, el sujeto se afana principalmente en la búsqueda imaginaria a través del objeto alimento, del falo: la anoréxica identificándose, haciéndose ella misma el objeto perdido para el otro a fin de excavar en el otro una falta, eligiendo pues el camino de ser el falo; la bulímica, en cambio, consumiendo, devorando el objeto con el objetivo de alcanzar el falo a través de acumulación ad infinituum del objeto alimento, por apropiación, aunque para acabar reconociendo, al término de cada atracón, que esta acumulación imaginaria del objeto en realidad no llena, nunca es bastante, nunca es suficiente.
Así, en el corazón de todo se desvela la nada, la imposibilidad para el sujeto de reencontrar en el objeto la cosa. En la anorexia bulimia, el afecto depresivo se refiere exactamente a este punto de no coincidencia entre el objeto, alimento y la cosa.
La edificación de la identificación idealizante de la anoréxica revela un carácter exaltado, infatuado, genéricamente maníaco, con efecto de una separación del otro obtenida solo por negación, por negación de la alienación que el tratamiento significante impone al sujeto. La inclinación holofrásica de esta identificación que la clínica encuentra en las formas diferenciales, no dialogadas, de un anclaje masoquista del sujeto al ideal mortífero del cuerpo delgado, revela el rechazo tenaz de la castración que anima a la anoréxica: el dominio que el ideal ejerce sobre lo real de la pulsión es un dominio que tiende, en efecto, a excluir la contingencia del deseo.
Es este, de hecho, el primer tiempo del discurso anoréxico:
I
_
P
La cosa queda preservada imaginariamente solo en esta identificación pura de vacío, con ese vacío que la anoréxica debe poder sentir en su topología ingenua dentro de sí. Así, para Lacan, ella orquesta su propio deseo como un rechazo para salvar el deseo del riesgo de su aniquilación. Al decir no al otro que confunde la demanda con el deseo, al exhibir la heterogeneidad de estructura entre la satisfacción de la necesidad y el deseo del otro, la anoréxica defiende su propia peculiaridad subjetiva amenazada por la papilla asfixiante del Otro.
El carácter engreído, narcisista, exaltado de esta identificación idealizadora, precisamente porque tiende a obturar la división del sujeto, es una marca absolutamente específica de la posición anoréxica. Es en el campo de la neurosis el modo en que la histeria alcanza una consistencia de ser particular, pero la contrapartida es una indudable osificación de la falta al pie de la letra, porque si la estrategia anoréxica encaja en cierto sentido en la lógica histérica al sostener la instancia de la separación y la dialéctica del deseo frente al otro, su radicalismo nihilista la conduce a sí mismo a reducir la falta a la que la anoréxica se entrega por completo, a la mera falta de alimento, a una falta separada, por así decirlo, del deseo, precisamente osificada.
Así pues, si el momento de la identificación idealizadora anoréxica se caracteriza por la infatuación narcisista, el afecto depresivo se manifiesta en cambio en el tiempo de la crisis bulímica cuando la irrupción en escena de lo real pulsional descompagina la identificación ficticiamente mantenida del ideal anoréxico. Lo que se verifica entonces es un huelco del dominio anoréxico sobre su contrario. Ya no es el ideal el que gobierna lo real de la pulsión, sino que es la pulsión la que se somete al ideal:
P
_
I
El afecto depresivo concierne a la repetición circular de esta alternancia y al afecto de exfoliación que ésta provoca en el ideal. En mi experiencia clínica, incluso los cuadros de anorexia denominado “restrictiva” tienden normalmente a evolucionar en el sentido de esta alternancia cíclica de anorexia-bulimia. (Es lo que me ha llevado a formular la hipótesis de la bulimia como “dialecto de la anorexia”).
Desde el punto de vista de la clínica de la depresión, esto señala, tal vez cierto modo, de no articulación del duelo.
El recurso bulímico al objeto imaginario responde a la lógica irlandesa de la luz artificial: a través del consumo hasta el infinito del objeto imaginario, la bulímica tiende a recuperar das Ding. Falla en la dimensión de la sublimación. No eleva el objeto a la dignidad de la cosa, sino que identifica el objeto a la cosa. Su objetivo es comer, no el objeto, sino, a través de lo real no simbolizable del objeto alimento, el vacío de la cosa. De hecho, dentro del objeto alimento, la anorexia siente predilección por las guarniciones, las pieles y las cortezas, los restos, la espuma, el envoltorio, precisamente porque es nada lo que quiere comer. Pero con solo totalizar el uno, con solo conseguir superar el umbral del cero, con solo reducir su identificación al vacío, entonces entre el uno y el ciento no hay diferencia. En ese sentido, como me decía una paciente: “una sola galleta basta para provocar una catástrofe”. Porque una vez perdida la proximidad del vacío a la cosa, en la que la anorexia quiere mantener su propio ser, será solo a través de lo malo y finito de la bulimia como puede intentar, en una busca desesperada de estar condenada al bloqueo, a recuperar la huella perdida.
5.- Depreciación o mortificación del falo
El registro fálico del afecto depresivo del que sufre tan frecuentemente la anoréxica-bulímica indica una devaluación del sujeto respecto al deseo del otro.
La clínica de la histeria, en cuya estructura encaja a menudo la elección anoréxica del sujeto, pone de manifiesto su alcance. Cuando la histérica no encuentra lugar en el otro, cuando no logra que el otro le eche de menos, puede experimentar profundas vivencias depresivas.
Esta depreciación subjetiva puede, en ocasiones, conducir a la histérica hacia un auténtico desmoronamiento identificatorio. Es este el registro decisivo en el que se juega en general la depresión neurótica: un desajuste de identidad (la herida narcisista de Freud) -suscitado por la pérdida de un objeto con funciones de soporte narcisista que despoja al sujeto de su valor fálico.
En una paciente mía, la pérdida infantil del objeto de amor renovada por una separación reciente de un hombre da lugar a una especie de coleccionismo narcisista de la propia imagen. Como el Krapp de Beckett, que quiere detener el tiempo grabando día tras día su propia voz, mirándola se fotografiaba todos los días para preservar, el valor fálico de su propia imagen, del riesgo de una hemorragia narcisista. Coleccionaba así imágenes de sí misma para reabsorber de este modo el efecto imaginario de su especularización del que está quejada la histérica y que, en este caso, la pérdida del objeto de amor había reabierto.
El registro no fálico de la depresión es, por el contrario, el registro en el que debe inscribirse la melancolía. Para Freud, en efecto, la melancolía es una psicosis caracterizada precisamente por el rechazo de la depresión inherente al trabajo del duelo. En el sujeto melancólico, lo que se pone en evidencia no es la devaluación fálica del sujeto respecto al deseo del otro, sino su retorno al campo real de un significado forcluido por el orden simbólico a partir de una mortificación del falo de su cancelación total. Este significado absoluto que retorna en lo real afecta a una culpa que, en contra de lo que ocurre con el sentimiento de culpa del neurótico, queda fuera de toda dialéctica. De hecho, en la melancolía, el sentimiento de culpa del sujeto no está en relación con su fantasma, como en el caso del neurótico, sino que congela, holofrasiza el sujeto al Otro: el sujeto se encuentra cadaverizado en la posición del objeto del goce (superyoico) del Otro. Esta cadaverización de la anorexia melancólica puede asumir las formas de una auténtica momificación psicosomática del sujeto.
Lo que importa subrayar aquí es la función del otro en la melancolía. El otro del melancólico es un otro que no carece de nada. Es un otro entero, compacto, perfecto. Es el otro no castrado. Es ese otro impasible, sin deseo, que tan frecuentemente se encuentra en la clínica de la anorexia-bulimia. Donde este exceso de idealización que le afecta se distingue de la idealización neurótica porque en la melancolía la idealización no defiende al sujeto de la castración del otro, sino que constituye un modo de rechazo fundamental de la misma. El sujeto queda holofrasizado al Otro, marcado por una especie de debilidad profunda, sin posibilidad de separación.
Así, el melancólico no se limita – como en la depresión neurótica-, a dirigir inconscientemente al otro los reproches y las acusaciones que solo en apariencia vierte contra sí mismo, sino que se ve condenado al automatismo delirante de la autoacusación para contener la amenaza del otro. La amenaza del goce, super yoico, del otro. Es, en otras palabras, el modo melancólico de sobrevivir al otro no reglado por la castración.
En la anorexia melancólica, la cadaverización del sujeto es una forma de eludir la letalidad del significante. Convertirse muerta en vida queda reducida a un mineral, piel y huesos. Ser el ícono espectral de la muerte es el modo con el cual, en la psicosis melancólica, el sujeto utiliza la anorexia para contrarrestar la acción mortificante del significante sobre el sujeto.
En lugar de entrar como muerto en el campo del otro para jugar como vivo la partida del propio deseo, la anorexia melancólica se convierte ella misma en muerta, en espectro, en cadáver, pero solo en el fondo para rechazar el efecto de división que el significante promueve sobre el sujeto.
Es esta la mortificación fálica que se descubre en el estado puro de la melancolía. El sujeto está muerto porque no se ha inscrito en el registro simbólico siguiendo las leyes de la metáfora paterna. Su goce permanece enredado en sí mismo para preservar la integridad de la cosa. En este sentido se puede afirmar que el sujeto melancólico permanece absolutamente identificado a la cosa. El impase del trabajo del duelo, subrayado por Freud, refleja precisamente esta no operatividad de la castración. El objeto no está perdido, sino que se encarna en el sujeto, en el sujeto convertido en momia de una identidad sin hiatos.
6- Identificación melancólica a la Cosa
Freud_y_Lacan llamaron, justamente, la atención sobre la posible declinación melancólica de la anorexia. Si la depresión constitutiva del sujeto dividido ($) es el índice de un perdida de goce que jamás podrá reabsorberse del todo, en la melancolía la identificación la Cosa reacciona -en el sentido de una repuls radical- precisamente contra esta perdida. Es el alma melancólica de la anorexia aislada por Lacan en La familia como deseo de larval, parasitario, “apetito de muerte”, empuje “regresivo” hacia “una asimilación perfecta de la totalidad del ser”, hacia un “retour au sein de la mere”. Posición nostálgica, melancólica justamente, abierta sobre el “abismo místico de la fusión afectiva” que se inscribe de forma inquietante en la “plus obscure aspiration a la mort” que habita en el sujeto.
En la anorexia melancólica, este cortocircuito identificatorio a Das Ding se revela de un modo particular en una actitud hacia la conservación del objeto que en ocasiones puede tornar las formas delirantes de un coleccionismo macabro. El dicho freudiano “la sombra del objeto cae sobre el yo – que describe la posición de fondo del sujeto melancólico, se encuentra en la anorexia-bulimia melancólica al pie de la letra. El objeto no resulta perdido en absoluto, sino que se mantiene constantemente al alcance de la boca. Conservado en las despensas, armarios, debajo de la cama, en los zapatos, en cualquier rincón de la casa. Una paciente guardaba incluso en varios días su propio vomito incluso durante varios días encerrado en bolsas de celofán, representándose, de ese modo, como puro desecho, despojo, detrito biológico. Este “coleccionismo mortuorio” no tan difícil de encontrar en la clínica de la anorexia-bulimia- se asocia con la idea delirante de una culpa absoluta, originaria, con una indignidad moral cuyo estigma indeleble es constituido por el cuerpo mismo. Se cuestiona aquí la propia eficacia de la metáfora paterna que parece no haber hecho posible esa vitalización del sujeto que contrarresta el efecto de limitación del goce, que, sin embargo, ella misma instaura. Es en el fondo a lo que apunta Freud, cuando en el Yo y el Ello, define la melancolía como desunión pulsional de Eros y Thanatos, allí donde, desligada de la pulsión de vida, la pulsión de muerte se impone y empuja al sujeto hacia el abismo de un goce no negativizado, no limitado por el significante.
El objeto (a) en la psicosis no esta en su sitio. No está situado en el campo del Otro, sino que permanece más bien pegado al sujeto, hasta el punto de que el sujeto coincide con el objeto. Este encolamiento del sujeto a (a) asume en la anorexia-bulimia melancólica, más que las formas clásicas del delirio de culpabilidad y de auto acusación, el aspecto cerrado, antidialéctico de la tristeza, de la desvitalización, del espíritu de seriedad, de la identificación holofrasica al cuerpo-delgado, del empobrecimiento de la palabra, del aislamiento narcisista, de la obsesión monótona por la comida y, por el propio peso, de la anulación semántica del discurso, de la ausencia de subjetivación del sentido, del enfriamiento de la cadena significante, de la conservación mortuoria del objeto. Rasgos, todos ellos, que hacen pensar en una especie de psicosis “sin desencadenar”.
Una psicosis cerrada, no-desencadenada, como cosida por esta petrificación muda del sujeto. Donde al límite, bien pudiera ser precisamente la identificación idealizante a la anorexia (el cortocircuito identificatorio a das Ding) lo que funcione como compensación del agujero abierto en el sujeto por la forclusión del Nombre del Padre.
En efecto, en la práctica clínica no es raro comprobar que la salida o debilitación de la identificación anoréxica puede provocar un autentico desencadenamiento de la psicosis.
Por el contrario, en la paranoia todo hace signo para el sujeto; la cadena significante se recalienta, quema, escalda y el sentido prolifera por abundancia. Este derrumbamiento metonímico de sentido que no encuentra ya ningún tope en el significante basal del nombre del padre afectado por la forclusión, es sustituido en la melancolía por el descenso (bajo cero) de la temperatura de sentido. La certeza melancólica no da lugar, en efecto, a una arquitectura de ideas particular (y esto de forma evidente en la anorexia bulimia), sino que contrae el delirio al punto extremo de una fijación silenciosa (en el sentido freudiano del silencio de la pulsión de muerte) con la Cosa.