Las dos nada de la anorexia por Massimo Recalcati
“Horrenda sensación de vacío. Horrendo miedo a esa sensación.
No tengo nada que consiga atenuar esa sensación”.
WEST
“La pasión por la boca, la más apasionadamente engullida, es esa Nada en la que, en la anorexia mental,
reclama la privación donde se revela el amor”.
LACAN
- Culto de la nada
He elegido como puerta de entrada a la clínica de la anorexia la puerta de la nada. Es ésta, por lo demás, la perspectiva fundamental destacada por Lacan; la elección anoréxica es la elección de la nada, es la elección de “comer nada”. Nuestra experiencia clínica con sujetos anoréxicos confirma esta centralidad absoluta de la nada: la anorexia es una verdadera pasión por la nada.
“Quiero nada …, como nada …, deseo nada …, debo no sentir nada” Se trata de enunciados típicos del sujeto anoréxico en los que la “nada” se repite como un apremio constante. En general, puede afirmarse que la anorexia se configura como un culto, un elogio, un fanatismo de la nada.
Del mismo modo, la clínica nos enseña que el uso en singular de la categoría de anorexia no puede orientarnos de forma eficaz ni de cara al diagnóstico, ni de cara a la conducción de la cura.
De hecho, en nuestra práctica mantenemos como central y decisivo el criterio del diagnóstico diferencial de la anorexia como criterio guía del tratamiento. La identificación del fenómeno anoréxico, o anoréxico-bulímico, es fácil de por sí. La anoréxica se evidencia como anoréxica; no hay enigma alguno, sino más bien un exceso de evidencia. “Pero, bueno, ¿no ve que soy anoréxica?”, me dijo en cierta ocasión una mujer anoréxica impacientada frente a mi perplejidad respecto a las razones de su malestar. Para una anoréxica la anorexia se impone con toda la fuerza y la evidencia de una causa eficiente, con toda la fuerza y la evidencia de una causa primera. Por eso las anoréxicas tienden a nombrar la anorexia como una Cosa con entidad propia, como una Cosa que causa, como la Cosa que causa el mal que aflige al sujeto.
Otra paciente me mostraba las fotografías de su cuerpo bronceado, tumbado en una playa exótica, feliz de exhibir sus hermosas formas para después decirme, señalando como contraste el estado actual de su cuerpo esquelético:
“¿Lo ve? ¿Ve a lo que lleva la anorexia…?”.
No podemos, pues, conformarnos con la evidencia del fenómeno. Hemos de poder declinar cada vez el fenómeno genérico de la anorexia bajo la dimensión diferencial de la estructura sin dejarnos seducir por la idea de la anorexia como una estructura nueva.
Debemos, más bien, extraer del mono cromatismo de los fenómenos típicos (amenorrea, disminución ponderal, hiperactividad, rechazo del alimento, impulso por adelgazar) el perfil cromático específico, particular, de la estructura subjetiva. Si la anorexia en singular no existe, existen, sin embargo, las anorexias. Existen anorexias neuróticas, perversas y psicóticas. Una clínica estructural de la anorexia debe poder huir de la sirena de una “nueva estructura” y, en consecuencia, evitar confundir los rasgos típicos de una posición específica del sujeto, como es la anoréxica, con la atribución a los mismos del valor de índices estructurales.
Es el equívoco en el que han terminado enredándose las enseñanzas clásicas de Hilde Bmch y de Mara Selvini Palazzoli al confundir los fenómenos típicos de la anorexia con una nueva estructura. Se trata más bien de identificar el rasgo diferencial de la anorexia, el rasgo que nos permita captar su función de compensación, suplencia o incluso expresión del delirio subjetivo (como ocurre en ciertas psicosis), o bien su función de defensa del frente al deseo que marca en general su declinación neurótica, evitando así una multiplicación de las estructuras, pero sin que, por otra parte, la exigencia de referirse a la estructura clínica del sujeto quede diluida en un descriptivismo tan inútil como habitual, como ocurre, en cambio, en la ideología ateórica del DSM.
Es, pues, bajo el signo de una clínica diferencial de la anorexia como trataré de distinguir dos estatutos de la “nada”, o, lo que es lo mismo, de esbozar una clínica diferencial de la “nada”.
2.- La primera nada
La primera nada es la que quedó magistralmente al descubierto en la doctrina clásica de Lacan sobre la anorexia, que se encuentra condensada en particular en el escrito La dirección de la cura y los principios de su poder.
La primera nada es la nada como objeto separador. Es la nada que manifiesta la esencia de la anorexia como maniobra de separación. Comer nada es, en efecto, un modo de cerrarle el paso al otro. O, lo que es lo mismo, de reducir la omnipotencia del Otro a impotencia y, viceversa, de emancipar al sujeto de su impotencia, de desengarcharle de la dependencia alienante del otro. Es la nada en su valor dialéctico. Es la nada como aquello que consiente un vuelco radical de las relaciones de fuerza: si en una primera época (en la época de la infancia) el sujeto se encuentra en un estado de impotencia fundamental respecto a la omnipotencia del Otro )es el estatuto de objeto que el niño asume necesariamente respecto al Otro), en una segunda época (en la época de la adolescencia) precisamente a través del punto del rechazo, del “¡no!” al Otro, precisamente a través de la función de la nada como objeto separador, el sujeto anoréxico arroja al Otro a una impotencia angustiada y conquista una posición de supremacía imaginaria respecto a aquel.
Es ésta la estructura dialéctica de la anorexia que Lacan enfoca de forma sintética en el Seminario IV. La misma se expresa así como un poder de vuelco, de trastocamiento de las relaciones de fuerza entre el sujeto y el Otro. A través de la nada, a través del “comer nada la anoréxica abre un agujero en el otro, puede entregar al otro a la castración. La Nada aparece aquí entre el sujeto y el Otro como ese objeto que el sujeto utiliza para zafarse de la demanda asfixiante del Otro. Es la nada como escudo y como soporte del deseo. Es la nada como aquello que preserva la diferencia estructural entre el deseo y la dimensión necesaria, biológica, natural, de la necesidad.
El “¡no!” anoréxico, el comer nada de la anoréxica, se propone precisamente disociar la dimensión del deseo de aquella de la demanda. Es una nada que funciona como defensa subjetiva del deseo.
La primera nada de la anorexia salvaguarda el deseo del sujeto operando su pseudo-separación del Otro. Pseudo-separación porque, en cualquier caso, la separación anoréxica se consuma como pura actividad de negación, como una oposición unilateral al Otro. Es lo que he tratado de describir en la fórmula separación contra alienación. En la anorexia, en efecto, la separación del otro se configura como un modo de negar la dependencia estructural (simbó lica) del sujeto respecto al otro. Es una separación que tiende a desligarse de la alienación significante. En este sentido, la radicalidad de la elección anoréxica por la nada contiene de por sí un principio de locura, sí la locura como nos ha enseñado el primer Lacan, es una pasión absoluta por la libertad en contra del vínculo impuesto por el significante.
La primera nada es, pues, una nada que debemos enlazar con la a separación. Es una orientación que se encuentra también en Jacques-Alain Miller cuando afirma que el sujeto anoréxico es la expresión pura de la división del sujeto y que debe poderse situar en el lado de la separación más que en el de la alienación. Esta nada, la primera nada de la anorexia, es una nada que aniquila la naturaleza transitiva de la demanda en nombre del deseo.
De hecho, la satisfacción ·de la demanda no podrá realizar jamás la satisfacción del deseo. La clínica de la anorexia ilustra de un modo paradigmático esta escisión y esta heterogeneidad estructural entre demanda y deseo.
Aquí la nada aparece como asociada al rechazo o, si se prefiere, el rechazo aparece como la acción misma de la nada, como la traducción en acto de la nada. El rechazo anoréxico es, efectivamente el acto que hace surja la nada como objeto separador. Por eso Lacan puede escribir, precisamente, que en la anorexia el rechazo se orquesta como un deseo. Es, en otros términos, el valor crucial que Freud asignó al movimiento del Ausstossung (expulsión) en la constitución de la diferencia subjetiva y puesta en práctica efectiva consiste en el “escupir”. En la perspectiva freudiana, el escupir goza de cierta primacía frente al incorporar, al asimilar. No es la incorporación, la asimilación la que humaniza al sujeto, la que produce al sujeto como diferencia, sino el movimiento originario de escupir como exteriorización de lo real primordial.
Pero este tipo de rechazo no deja de ser, al fin y al cabo, un rechazo dialéctico. No es una pura exclusión del Otro, sino un rechazo que equivale a una llamada al Otro. Es, en otras palabras, la forma negativizada que puede asumir la demanda de amor una vez que ha chocado contra la ausencia de signo de amor en el Otro, contra Otro que no ha hecho don de su propia falta.
Esta primera nada es una nada que se expone en la forma del rechazo sosteniendo la causa del deseo como imposible de reducir a la de la satisfacción de la necesidad. El rechazo defiende el deseo del riesgo de ser absorbido por la demanda. De aquí la afinidad, desde un punto de vista estructural, de la anorexia con la histeria, cuyo paradigma encontramos en el sueño de la bella carnicera de Freud: nada satisface sino el propio deseo de la insatisfacción perpetua. Es éste el significado del carácter infinito que también puede adquirir la demanda anoréxica, respecto a la cual cualquier objeto parece incompatible, siempre inadecuado. Esta disyunción es el premio de una maniobra particular que un sujeto anoréxico realiza con el alimento y que ilustra de un modo formidable el perfil histérico de la anorexia. Una joven anoréxica me describía así su modo de “alimentarse”:
´Tengo que masticarlo todo para hacerme una idea del sabor. Pero no debo tragar nada. Luego escupo todo. Así sigo siendo yo misma, pero sin renunciar al sabor´.
Aquí se pone bien en evidencia el valor fálico del sabor como significante del deseo del Otro, pero sólo al ser privado de toda sustancia. Esta disyunción entre el sabor y la sustancia presenta la anorexia como operación histérica de defensa del deseo (hacerse una idea del sabor) a través del rechazo del goce (el escupir).
Esta primera nada -cuya expresión más pura es la constituida por el rechazo anoréxico, como acabamos de ver- puede dar paso, a lo largo de la cura, al amor edípico reprimido. Por ello, a menudo, podemos descubrir fácilmente en la historia del sujeto una decepción edípica una frustración paterna de la demanda de amor a partir de la cual el sujeto puede hacer de su cuerpo un instrumento de chantaje para con el Otro del amor. Es decir, puede convertirse en instrumento para chantajear al Otro, para empujar al Otro a dar no lo que tiene, sino lo que no tiene, a hacer signo de su falta, a donar un signo de amor.
Esta dimensión chantajista de la anorexia había sido identificada ya a su manera y con gran lucidez por Charles Lasegue, cuando se refiere a cierta especie de “fuerza de la inercia” que caracterizaría al cuerpo anoréxico. El cuerpo se consume, se esqueletiza, se deja morir, pero sólo para abrir en el Otro una falta, para remover al Otro. En este sentido, la fealdad del cuerpo esquelético, tan a menudo exhibida obscenamente por el sujeto anoréxico, mantiene, aun invirtiéndolo, el mismo valor fálico del cuerpo. En el sentido de que el cuerpo reducido a piel y huesos es devaluado, pero sólo para revalorizarse en dicha devaluación. Se hace invisible, tiende a desaparecer, disminuye, se seca, pero sólo para ganar una mayor consistencia, para existir realmente para el otro, para deslumbrar al Otro.
Por estas razones, la primera nada está en relación con el deseo del Otro, es decir, con la exigencia de un signo de amor. En efecto, la negación del objeto-alimento tiene lugar con la finalidad de hacer surgir ese signo de amor. El drama de la anorexia es que el signo y el objeto aparecen como escindidos: para hacer existir el signo de amor, aquélla debe cerrar el paso al objeto, debe poder rechazar el objeto porque el Otro de la anoréxica no ha sabido efectuar la dimensión del don del objeto como aquello que hace signo de amor, sino que, por el contrario, ha utilizado la oferta del objeto (de los cuidados) para matar ese signo. Para hacer que exista el signo de amor, la anoréxica debe, pues, poder negar, poder rechazar el objeto. En la bulimia se verifica exactamente lo contrario: es a través del consumo infinito del objeto como la bulímica trata de compensar la frustración de la demanda de amor, es decir, la ausencia del signo de la falta del Otro. Pero su desesperación subjetiva es dada por el hecho de que ni siquiera todo el pan del mundo podrá constituirse jamás en signo de amor; en efecto, no es en la devoración infinita del objeto donde el sujeto puede encontrar el signo de amor ausente.
- La segunda nada
Pero hay una segunda nada. Es la otra nada de la anorexia. Esta segunda nada caracteriza clínicamente la dimensión psicótica de la anorexia y de los casos denominados “graves”. Una nada que, al contrario de la primera, no está en relación con el deseo del Otro, sino más todo bien con el goce del Otro. Se trata de una nada que extravía todo valor dialectico para convertirse en una auténtica hipóstasis. Mientras que la primera nada funciona como objeto separador, esta segunda nada tiene un carácter holofrásico, congelado, marmóreo, imposible de mellar. Esta segunda nada no está en conexión con el Otro, sino que expresa un rechazo radical del Otro. No es tanto un escudo para el deseo, sino una decadencia de este, una degradación, una osificación. En primer plano no esta el deseo de nada, sino la reducción del deseo a nada. Mientras la primera nada está en relación del goce que del excluye Otro, en la segunda nada nada va referida a una modalidad de goce que excluye al Otro. Modalidad autorofica, asexuada, sin relación con el falo y la castración. Es la nada no como aquello que permite ser, no como protección de la falta, como defensa del deseo, sino como pura aniquilación de sí.
Esta segunda nada no define tanto una oposición del sujeto al Otro (que, en cambio, para la primera “nada” es, de algún modo, una forma de interrogar al Otro), un rechazo de la demanda del Otro para defender el deseo, sino un eclipse total de la demanda, una separación del sujeto de la demanda como tal.
Lacan había intuido esta dimensión nirvánica de la nada cuando en La familia se refiere explícitamente a un “apetito de muerte” y a un “deseo de la larva” que caracterizarían ciertas formas extremas de “suicidio diferido” como son la anorexia y la toxico dependencia.
Esta segunda nada no afecta tanto al Otro cuanto al cuerpo del sujeto, en el sentido de que es el cuerpo del sujeto el que se nadifica’. Esta segunda nada no indica ya una llamada al deseo, sino una carrera hacia la muerte, un empuje del cuerpo hacia su propia destrucción.
¿Cuál es la naturaleza de esta nadificación del cuerpo? No estamos aquí frente a la dimensión histérica del rechazo del cuerpo. No se trata del rechazo del cuerpo, de la anestesia del cuerpo sexual, de su desexualización, a la que corresponde, como puede verse en los casos de anorexia histérica, una sexualización erotizante de la pulsión oral. La nadificación del cuerpo que distingue los casos graves de anorexia no puede reabsorberse en la lógica histérica del sacrificio extremo del cuerpo para obtener del Otro el signo de su falta. Se trata, más bien, de una especie de mineralización del cuerpo, de una especie de identificación paradójica del cuerpo a la Cosa, de una momificación psicosomática, de una forma radical de nirvanización del sujeto. El ideal fálico del cuerpo delgado no es operativo; el cuerpo delgado no es falicizado, sino que se limita a ser una barrera respecto al riesgo de una devoración percibida como real.
Al aludir a una nirvanización del sujeto introduzco un concepto freudiano que no ha tenido una aplicación clínica concreta, pero cuya lectura nos hemos visto llevados a retomar a la luz de la experiencia con sujetos anoréxicos.
Se trata del denominado Principio de Nirvana. En la teorización de Freud éste indica, como es sabido, la tendencia del aparato psíquico a reducir a cero el nivel de tensión interna. Esta tendencia es moderada por el principio de placer, que se estructura sobre la imposibilidad de un restablecimiento integral del cero. En el fondo, es la esencia de la vida misma la que, como escribe Freud, impide la reducción integral al cero. El principio de placer sanciona así la posibilidad de una homeostasis no destructiva: el aparato psíquico tiende a reducir al mínimo el nivel de excitación interna, persigue el placer y evita el displacer. Sabemos también cómo construye Freud la clínica de la neurosis sobre el modelo de una conflictividad específica entre el principio de placer y el principio de realidad. Se trata de un conflicto que se produce entre dos programas inconciliables: el de la pulsión y el de la civilización.
Pero el principio de Nirvana no encaja en esta conflictividad, que es, en efecto, el modo freudiano de expresar la división del sujeto. El principio del Nirvana no es un principio de división del sujeto, sino más bien un principio de identidad. En la clínica de los casos de anorexia considerados “graves”, la anorexia no expresa la división del sujeto, ni se alinea de parte de la separación, sino que se configura más bien como una solidificación del sujeto. Freud lo describe como un principio enteramente al servicio de la pulsión de muerte, masoquista, como una especie de narcotización del principio de placer. El principio de Nirvana es corregido por el principio de placer. Es el modo freudiano para decir que el cuerpo es un cuerpo viviente. La tendencia a la muerte, al cero, es modificada por la libido. El efecto de esta modificación es el paso del principio de Nirvana al principio de placer, es la ruptura del narcisismo mortífero y primario de la tendencia al cero. En este sentido, el principio de placer es ya un tratamiento subjetivo del principio de Nirvana; la pulsión de muerte resulta ahora unida con la de vida.
La anorexia puede constituir un ejemplo clínico de la desunión entre pulsión de muerte y pulsión de vida: ya no es el principio de placer el que modifica el principio de Nirvana, sino que el principio de Nirvana se impone como tal, como expresión pura de la pulsión de muerte. En la anorexia “grave” asistimos a una nirvanización del sujeto que tiene lugar directamente en lo real, sin el filtro significante del principio de placer. En la anorexia “grave”, en efecto, el Principio de placer se narcotiza en el principio de Nirvana. La tendencia al cero se convierte en una práctica, en una metodología que se realiza diariamente. Nada debe turbar el equilibrio interno del aparato, pues cualquier turbación, incluso la más infinitesimal, es vivida por el sujeto como un principio catastrófico.
La pasión por la nada deja de ser aquí el índice de una pasión por el deseo para ser más bien el índice de una pasión por la aniquilación; es el índice de la actividad misma de la pulsión de muerte.
“Vivir como una piedra, como una ameba” es la meta perseguida con inflexibilidad por una mujer anoréxica. Su ideal es el de una identificación total a la Ley de lo “Neutro” o de la “insipidez”:
La vida es un exceso, un terremoto … Todo lo que estoy obligada a comer debe ser neutro, insípido. Solo la insipidez me sostiene. El sabor, en cambio, me desequilibra, me turba, me trastorna. No soy Yo la que siento el sabor, sino que es el sabor el que me amenaza … Comer el sin sabor, comer en blanco es mi modo para neutralizar el sabor. Como el mínimo, el mínimo del mínimo. Pero el mínimo debe ser sin sabor, blanco, debe no añadir nada a mi cuerpo, no debe turbar mi equilibrio … Si siento el sabor todo se derrumba …
O bien:
Lo mismo que entra debe poder salir del cuerpo … las entradas iguales que las salidas … Así, después de vomitar, debo poder comprobar que lo que he comido haya salido totalmente de mi cuerpo.
¡Transcripción literal del principio de Nirvana! El cuerpo es el cuerpo de lo Uno. Es el cuerpo de lo Mismo. El deseo es aniquilado. Destaca en primer plano una economía del goce que tiende al cero, una economía cerrada en sí misma, larval, dominada por un apetito de muerte sin freno.
‘El pensamiento del cuerpo se impone como el único pensamiento posible. Pensamiento fijado al cuerpo-Cosa. Pensamiento fijado a la necesidad de preservar la Mismidad del cuerpo. “El sabor modifica, el insabor conserva.” El método dietético encuentra aquí su inspiración fundamental; las normas, la aplicación de la báscula, la distribución infinitesimal de las calorías responde a este principio general: el sabor altera, modifica, introduce un elemento ingobernable, mientras que la insipidez mismifica, conserva, estabiliza, mantiene el cero inicial; el primero perturba, el segundo identifica.
Este desierto al que la anoréxica reduce su propio cuerpo es el efecto de la narcotización nirvánica del principio de placer. La mortificación no es simbólica, sino que actúa directamente en lo real. El cuerpo no es desertificado del goce por la acción del significante, sino que se convierte él mismo en un desierto que elimina el sabor de la vida: desvitalización no simbólica, sino real.
Esta nirvanización es el modo de funcionamiento de las anorexias graves, a menudo estructuralmente psicóticas, que puede garantizarle al sujeto una estabilización imaginaria que reduce la existencia del sujeto a una pura metódica: metódica de la reducción progresiva del Otro a lo Uno, metódica de la privación que rehúsa cambiar el significante con el goce y que tiende a que el sujeto sea una sola cosa con la Cosa. Es ésta la dimensión psicótica de la ascesis anoréxica.