Valor añadido” y “empuje a la muerte” en la anorexia
Introducción “Valor añadido” y “empuje a la muerte” en la anorexia
El autor analiza la anorexia a través del testimonio de Marianna, una paciente que describe su condición como un “valor añadido” y simultáneamente, un “empuje a la muerte”. Se explora la compleja relación entre la anorexia, el misticismo y la pulsión de muerte, desentrañando las motivaciones y los mecanismos psicológicos que subyacen a este trastorno.
La anorexia como un pseudo-misticismo:
El autor argumenta que la anorexia, aunque comparte ciertas similitudes con la ascesis mística en cuanto a la privación y la mortificación del cuerpo, no es un auténtico misticismo. Mientras que la mística busca la trascendencia y la unión con Dios, la anorexia se centra en el ideal estético del cuerpo delgado, convirtiéndolo en un fetiche.
“El misticismo anoréxico es un pseudo-misticismo porque la relación con lo inmutable no verticaliza el movimiento de la ascesis, sino que lo focaliza en el ideal estético del cuerpo-delgado.”
El cuerpo delgado se convierte en un ídolo que promete inmutabilidad y control absoluto, pero esta promesa es ilusoria y precaria.
El goce anoréxico y la exclusión del Otro:
A diferencia del místico, que encuentra goce en la entrega a Dios, la anoréxica busca el goce en la exclusión del Otro y en la negación de la castración simbólica. El goce anoréxico es un goce de lo Uno sin el Otro, un goce narcisista que se alimenta de la imagen del cuerpo delgado y del vacío.
“El místico goza en la apertura a la falta del Otro mientras que la anoréxica goza de hecho con la exclusión del Otro y con el espejismo de una realización narcisista absoluta.”
El rechazo de lo simbólico y el empuje a la muerte:
El autor plantea la hipótesis de que la anorexia puede ser una forma de rechazo de lo simbólico, una negativa a aceptar la pérdida de goce que implica la entrada en el lenguaje y la cultura. La mortificación del cuerpo sería entonces un intento de permanecer lo más cerca posible de la Cosa, del goce primordial e indiferenciado.
“Se trataría en esta visión de la anorexia de una oposición extrema a la pérdida de goce introducida por el Otro más que de una posición solidaria con lo simbólico.”
Este rechazo de lo simbólico se manifiesta en el “empuje a la muerte” que caracteriza a la anorexia. La muerte no es un medio para alcanzar una nueva vida, como en el misticismo, sino un fin en sí mismo, una forma de escapar al “factor letal” del significante y al encuentro con el Otro.
La melancolía anoréxica y la hiperactividad:
En la melancolía anoréxica, el cuerpo se convierte en el blanco del autorreproche y del sentimiento de indignidad. La hiperactividad, característica de muchas anoréxicas, no es una expresión de la pulsión de vida, sino un intento desesperado de quemar todo goce, de vaciar el cuerpo y negar la presencia del Otro.
“En el caso de la melancolía anoréxica podemos no encontrar la condición delirante que caracteriza la melancolía en sentido estricto (delirio de auto-acusación), puesto que la sombra del objeto no cae tanto sobre el yo cuanto, como teoriza Brusset, sobre el cuerpo.”
Conclusión:
El autor concluye que la anorexia, en su búsqueda del “valor añadido” del cuerpo delgado, esconde un profundo rechazo de lo simbólico y un empuje hacia la muerte. La negación del Otro, la búsqueda del vacío y la hiperactividad son manifestaciones de este rechazo y de la lucha desesperada por preservar un goce ilusorio y mortífero.
Valor añadido” y “empuje a la muerte” en la anorexia
Por Massimo Recalcatti
- Dos enunciados
Marianna define su anorexia a través de dos enunciados fundamentales. Primer enunciado : “La anorexia es u n valor añadido. Es lo que añade valor a mi ser”.
Segundo enunciado : “La anorexia es un empuje hacia la muerte, ser anoréxica para mí es querer morir”.
- La anorexia como valor añadido
El primer enunciado de Marianna sostiene una parado a: una resta radical , un menos del cuerpo , una desvitalización del mismo, como es la anorexia, produce un “plus”, una ganancia, un “valor añadido”.
¿Cuál es, pues, el misterio de este plus que se produce sobre esta expoliación real del cuerpo, sobre esta emaciación progresiva del cuerpo vivo? ¿Cómo podemos entender esta transformación del “menos” en “más”? ¿Y qué clase de “valor añadido” es el que adquiere el cuerpo anoréxico?
Ante todo, este “plus” es un evento del cuerpo en el sentido de que se inscribe en el cuerpo del sujeto. El hecho de que el valor añadido asuma para la anoréxica una característica estético -imaginaria -es la imagen ideal del cuerpo – delgado la que manifiesta el “plus” – es lo que diferencia la relación con el cuerpo de la anoréxca de una dialéctica auténticamente mística. Para Marianna, el valor añadido de la anorexia afecta a la supresión de la grasa , que en su discurso se configura como un decaimiento del ser, una degradación del mismo , una devaluación en su estatus, una pérdida de identidad. La anorexia le ha permitido así producir un plus-valor frente a un Otro familiar que no le ha consentido simbolizar su ser femenino sino como carencia, vergüenza, mutilación, indignidad, rechazo.
- El pseudomisticismo de la anorexia
La experiencia de la pérdida del tener, de la renuncia, del sacrificio del placer, la privación y la mortificación del cuerpo anoréxico nunca dar lugar a una dialéctica auténticamente mística. El valor añadido obtenido a través de la ascesis anoréxica, para Marianna como para las demás anoréxicas contemporáneas, no aborda el plano de la trascendencia, no aproxima al sujeto a Dios, no abre al misterio de lo absoluto, sino que habita mundanamente en el cuerpo anoréxico como realización del ideal social del cuerpo-delgado. En este sentido el misticismo anoréxico es un pseudo-misticismo porque la relación con lo inmutable no verticaliza el movimiento de la ascesis, sino que lo focaliza en el ideal estético del cuerpo-delgado. Lo inmutable no es Dios, sino el ideal del cuerpo-delgado erigido en fetiche: “Cuando estoy delgada, delgadísima, estoy sin miedos, poderosa, casi divina”, afirma Marianna.
Es fácil constatar el alejamiento de esta divinización pagana del sujeto y de su cuerpo de la apertura al Otro que caracteriza la pasión mística. En el caso de la anorexia se impone una forma contemporánea de religión del cuerpo: el cuerpo-delgado concentra en sí los ideales atribuidos a Dios, en primer lugar, el de la inmutabilidad. Marianna asocia siempre la delgadez de su cuerpo con un ideal de dominio absoluto que llega incluso a anular el transcurso del tiempo. “Cuando estoy así nada escapa a mi control, nada cambia, nada se modifica, ¡domino todo!” No es menos cierto que este dominio eufórico queda sometido a una precariedad fundamental que se manifiesta de forma clamorosa a través del empuje del hambre. La inmutabilidad anoréxica es en este sentido un ideal perseguido pero constantemente diferido en su realización. El empuje al adelgazamiento de Marianna se asemeja a la búsqueda de un Dios reducido al icono ateo de la imagen mundana del cuerpo-delgado. La concentración autista sobre la imagen del propio cuerpo encierra al sujeto anoréxico en un círculo asfixiante: el cuerpo es rechazado en su carnalidad, pero la imposibilidad de borrar efectivamente la dimensión viviente del cuerpo, de narcotizar de modo integral sus exigencias pulsionales, obliga al sujeto a hacer que toda su vida ruede en sentido único, alrededor del cuerpo, el cual, de este modo, se encuentra con que es, a un tiempo, objeto de una valorización y de una desvalorización radicales.
Toda pérdida de peso para Marianna es una “ganancia”, pero el éxtasis de la ganancia, la euforia por el adelgazamiento se consuma en una soledad que no implica al Otro, sino que lo liquida. En efecto, mientras que el místico se encierra en sí mismo -el in te redi agustiniano- solamente para abrirse al misterio del Otro, en el sentido de que el regreso a la interioridad del místico nunca es un ahondamiento en la centralidad del yo, sino más bien un encuentro con lo que le supera, con una alteridad efectiva, el sujeto anoréxico tiende por el contrario a excluir al Otro, a reducir la alteridad del Otro a a homogeneidad inmutable de una homeostasis del cuerpo que debe poder evitar cualquier forma de turbación. Esta exclusión del Otro caracteriza la dimensión no-mística, sino genéricamente psicótica de la anorexia. En este sentido, el pseudomisticismo anoréxico demuestra ser una forma de materialismo mundano: el horizonte del vínculo social con el Otro parece eclipsarse para dar lugar a un cinismo altivo que tiende a lograr la ganancia narcisista de un cuerpo incorrupto por el transcurso del tiempo, desligado de las vicisitudes de la contingencia y del deseo. El culto a la trascendencia es reemplazado por el culto a los propios huesos. Es ésta la diferencia abismal que separa el ayuno místico del anoréxico. Mientras el sacrificio del místico es una sumisión a Dios que colma de felicidad, que efectúa un goce excéntrico respecto al de tener,’ es un don dirigido gratuitamente a Dios, con la anoréxica contemporánea “el destinatario del sacrificio ha cambiado. Ahora es el cuerpo el que rinde homenaje a sí mismo, señor intolerante y exigente”.
La dimensión denominada “mental” de la anorexia no coincide, de hecho, con la auténticamente espiritual. El “mental” anoréxico se configura más bien como lo anti-espiritual por antonomasia. Se trata más precisamente de una forma particular de debilidad del pensamiento, en el sentido de que la relación con el mundo se limita a la única relación del sujeto con la imagen de su propio cuerpo.
Si el discurso místico muestra la puerilidad “humana demasiado humana” de todo apego al yo, el anoréxico queda en cambio absolutamente preso en ella. La debilidad mental de la anoréxica consiste precisamente en imposibilitar cualquier pensamiento que no sea un pensamiento del cuerpo-delgado, pensamiento ligado a la Cosa del cuerpo. La relación misma con el saber asume esta característica anormal: en el fondo, a la anoréxica no le interesa saber nada que no sea cómo preservar el “valor añadido” de su anorexia. El mundo entero se precipita en la insignificancia como efecto de este movimiento absolutamente centrípeto del pensamiento. De aquí la anestesia del cuerpo y la eliminación del Otro sexo que se percibe en ciertas formas graves de anorexia. El goce sexual del cuerpo del Otro no es nada respecto al goce de la imagen y al sentimiento de dominio absoluto que el mismo suscita. Si, en efecto, el intercambio sexual aboca a la relación con el Otro, el goce de la imagen se realiza de una forma autista: es goce de lo Uno sin el Otro. Pero también en este sentido el goce anoréxico es lo opuesto al místico. Este último trasciende el goce de lo Uno para acceder a un goce Otro, a un goce que Lacan define en Aún como “no-todo”, no todo inscrito en el régimen de lo Uno fálico, no todo integrable en la lógica fálica del tener. El místico goza en la apertura a la falta del Otro mientras que la anoréxica goza de hecho con la exclusión del Otro y con el espejismo de una realización narcisista absoluta. Su euforia macabra nada tiene del éxtasis místico, dado que no procede del encuentro con el Otro, sino de su negación. Por el contrario, el místico no tiende a la separación absoluta de la demanda, sino que responde a la demanda del Otro (a la demanda de Dios) poniéndose a su entera disposición. Es la imagen del “siervo de Dios” que da un vuelco radical a la posición de dominio que manda, en cambio, en la ascesis anoréxica. El vértice de la experiencia mística está vinculado a la pérdida de dominio y no a su refuerzo. En la mística cristiana, en efecto, la acción del místico no se consagra simplemente a la renuncia de las cosas terrenales, no es un ascetismo dictado únicamente por la voluntad del sujeto –como ocurre, en cambio, en el sacrificio moderno de la anoréxica-, sino que es un sometimiento a la llamada de Dios, es un procurar que se haga la voluntad del Otro. La acción mística “es una respuesta del místico al querer de Dios; el místico no hace sino preguntarle cuál es su voluntad: dime qué quieres de mí. Pero esta pregunta es la reflexión de otra que la precede y que viene de Dios mismo, el cual ya le había demandado algo, vaciando de sentido cualquier otra demanda del mundo. Esta dependencia del místico de la demanda de Dios es simplemente inexistente en la anorexia contemporánea, donde el esfuerzo del sujeto es más bien el absolutamente narcisista de prescindir de la demanda del Otro, de realizar una separación salvaje de la demanda del Otro. Así pues, si el místico encuentra en la sumisión a la demanda de Dios el único camino para realizar un renacimiento subjetivo más allá del yo y para encontrar una nueva luz, para la anoréxica la exigencia es, por el contrario, la de operar una negación tajante de todo sometimiento, negar el principio mismo de la supeditación del sujeto al Otro. El vacío del mundo, la miseria de las cosas sensibles, es sobrepasada en la mística cristina por el encuentro con Dios: el camino de la cruz es el camino hacia una nueva vida. La muerte, la salida de la vida mundana, es sólo el preludio de un renacimiento del sujeto. En la anoréxica, en cambio, el vacío es elegido de por sí como objeto de culto. Mientras la aniquilación mística del mundo efectúa una apertura hacia el Otro, la aniquilación anoréxica realiza un goce una apertura hacia el Otro, la aniquilación anoréxica realiza un goce del ser que rechaza al Otro. Por ello el fetichismo del cuerpo puede alcanzar el nivel delirante de la sensación omnipotente de ser inmortal, incorruptible, indestructible en la misma medida que el cuerpo de Dios . Para los Kestemberg es esto lo que diferencia la perversión propia de la anorexia de las formas francamente delirantes de psicosis: mientras que en estas psicosis es la realidad tout court la que es negada y el delirio se configura como una “solución” encaminada a crear una neo -realidad que el sujeto puede soportar, en la anorexia es sólo la realidad del cuerpo la que se convierte en objeto de rechazo para dar lugar a una “magnificación” del yo de tipo megalómano, pero enteramente concentrada en este “fetichismo singular” del cuerpo-delgado. De aquí la deificación profana del cuerpo vaciado de todo elemento carnal, del cuerpo desechado en sus secreciones vitales (sangre, sudor, excrementos) y asemejado a un cuerpo estático que asume el vacío como su nueva alma.
Valor añadido” y “empuje a la muerte” en la anorexia
Este culto anoréxico al vacío tampoco tiene relación alguna con la mística oriental en la cual, particularmente en el budismo zen la referencia al vacío asume, como es sabido, un valor fundamental. Mientras el vacío zen muestra la transitoriedad (el no-ser) de todas las cosas tan sólo para poder vislumbrar en esta misma transitoriedad el sentido último de la existencia y, por tanto, para transformar dialécticamente el vacío mismo en una plenitud (el ser) que se rea liza en cada momento, en la anorexia el vacío queda reducido al vacío estéril del cuerpo. El vacío anoréxico no es el vacío que regula el ser del cosmos, sino que es el vacío del estómago en que debe preservarse como refugio último del sujeto y como forma extrema de un goce masoquista de la privación. Es a este goce del vacío al que se refieren en el fondo también los Kestemberg cuando teorizan sobre las conductas de ayuno de la anoréxica como modalidad para alcanzar un goce -definido como un auténtico “orgasmo”- de la abstinencia, un goce no de la satisfacción del hambre, sino del hambre misma, un goce que se “concentra en la embriaguez muda del hambre”.
Este goce de la privación, este goce del vacío, puede asociar el pseudomisticismo de la anorexia con el carácter ascético-sacrifical de ciertas prácticas religiosas que, a su vez, reducen sintomáticamente la vocación mística a un mero ejercicio de crueldad autoinfligida que se mantiene muy próxima al masoquismo mundano y erógeno de la anorexia contemporánea y a su mortificación del cuerpo y de la garganta.
- La estética lúgubre del cuerpo-delgado
En el místico la privación es orientada por la voluntad, pero sólo para llegar a un punto en el que la voluntad misma se deja caer. Es esta deposición de la voluntad la última puerta hacia la que se dirige la actitud del místico. Del mismo modo, junto a la voluntad se deja caer cualquier valor de la imagen estética. Viceversa , la anoréxica trata la imagen del cuerpo-delgado como una posesión fálica o como el lugar de goce masoquista del vacío . Más concretamente, la estética lúgubre del cuerpo enflaquecido otorga una finalidad a la ética de la privación, en el sentido de que el sacrificio del apetito sensible del cuerpo se pone, en realidad, al servicio de la imagen estética del cuerpo. El esfuerzo ético se dirige, pues, a la realización estética, mientras que en la ascesis mística el sujeto renuncia a la seducción estética de las imágenes para alcanzar una verdad que va más allá de cualquier representación imaginaria posible. El “valor añadido” del cuerpo no es, pues, para Marianna una cifra mística. Los estigmas del cuerpo anoréxico no son signo de una identificación entre el cuerpo del amante y el del amado, como ocurre en el santo cristiano, sino que remiten más bien a un goce que es, al mismo tiempo, goce de la imagen del cuerpo delgado erigido en fetiche y goce masoquista de la privación como tal, puro goce del vacío. Estos dos goces -el de la imagen-fetiche y el del vacío- se refuerzan recíprocamente dando lugar a una circularidad autista donde el Otro queda excluido radicalmente, es decir, donde la castración, como única vía de acceso a la diferencia, a la alteridad del Otro, es desechada. En este sentido, el goce anoréxico no alcanza jamás esa otra satisfacción de la que goza el místico, porque su goce no supera nunca el placer de lo Uno, sino que lo realiza fanáticamente.
- ¿Amor o rechazo de lo simbólico?
La acción de lo simbólico -como Lacan nos ha enseñado- transforma el cuerpo vivo en un cuerpo desertificado de goce. En Radiofonía él juega a este propósito con el equívoco de la palabra inglesa corpse, que significa, al mismo tiempo, cuerpo y cadáver. Ahora bien, esta negativización del cuerpo humano por obra de lo simbólico produce el efecto de una expoliación de goce. La acción del Otro simbólico, la acción social, cultural que el Otro del lenguaje ejerce sobre el cuerpo vivo consiste en definitiva en un a sustracción: el cuerpo, por el solo hecho de ser incluido en el lenguaje, sufre una pérdida irreversible de goce. En realidad, en esca pérdida se trata de un intercambio por el cual el Otro dona al sujeto una inscripción simbólica -un sentido- a cambio de una sustracción de goce -de ser. Asimismo, o que el sujeto ha perdido a causa del Otro sólo puede reencontrar en el Otro. Se trata para Lacan de una transferencia “primaria” : el objeto perdido (esa parte de ser que la acción del significante ha restado del sujeto , y cuyo modelo es el pecho freudiano) puede buscarlo el sujeto tan sólo en el lugar del Otro .Esta transferencia primaria indica el consentimiento del sujeto a su alienación en el campo del lenguaje. Este consentimiento ante el Otro -ausente en la psicosis – es la condición de la castración simbólica: el sujeto se subordina a la ley del Otro, pero encontrando también en ella una inscripción particular y pudiendo buscar en el Otro lo que el Otro le ha sustraído. Nos podríamos preguntar si será la anorexia una realización de la acción de lo simbólico sobre el cuerpo -un modo para separar la carne de los huesos, es decir el goce del sentido- o dicho de otro modo una forma de amor por lo simbólico, o bien si no se encontrará en ella, por el contrario, una inclinación al rechazo de lo simbólico, una ausencia de consentimiento, un odio radical hacia el Otro. Por un lado, la mortificación anoréxica podría, en efecto, indicar una modalidad para poner en funcionamiento la alienación simbólica -para desertificar el cuerpo de goce, pero por otra, como en cambio opino yo, puede indicar también el escamoteo específico de la anorexia respecto a lo simbólico: actuar la mortificación del propio cuerpo para evitar el encuentro con la que infiere el significante. Se trataría en esta visión de la anorexia de una oposición extrema a la pérdida de goce introducida por el Otro más que de una posición solidaria con lo simbólico. Más que el elogio de lo simbólico está en juego aquí su rechazo radical, puesto que la acción de lo simbólico impone a la vida una mortificación primordial que es condición de la entrada efectiva del sujeto en la vida, pero sólo como sujeto en “falta en ser”. La exigencia de dominio conduce en cambio a la anoréxica a desechar, como hemos visto, su supeditación estructural al Otro. Su juego es el de dejarse morir para rehuir el tratamiento letal del significante, para permanecer lo más próxima posible a la Cosa. Por lo demás, una de las manifestaciones clínicas de esta oposición al Otro es precisamente la posición refractaria de la anorexia ante el tratamiento analítico, que como tal requiere en cambio el sometimiento subjetivo a un dispositivo simbólico, como es el analítico, cuyas condiciones son impuestas por el Otro. Lo que, en efecto, sorprende en la anorexia es su empuje hacia un dominio loco que desemboca, precisamente, en la negación, en el rechazo del Otro. El ideal anoréxico es, en efecto, el de una separación absoluta, de una separación sin intercambio con el Otro. En este sentido puede afirmarse que utiliza la muerte contra la muerte, el hacerse muerta, el ser cadáver ambulante como estrategia para evitar o exorcizar, expeler, renegar lo real de la muerte como real que manifiesta la imposibilidad de reducir a la homogeneidad de lo Uno la alteridad del Otro. Es lo que Michel Schneider ha descrito a su manera como estrategia fundamental en el masoquismo perverso donde la mortificación de sí a la que se entrega el sujeto tan sólo hace “retroceder el dominio de la muerte … La mortificación, uso defensivo de la muerte contra la muerte, protege contra la angustia de muerte. La perversión masoquista realiza la economía de un duelo y provee contra la pérdida del objeto … Lo que es desechado en la mortificación es la muerte, pero en su sentido de emblema de la castración”
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- El empuje a la muerte
La paz del Nirvana anoréxico no es la paz del místico. La paz del místico es el signo de una reconciliación con el Otro, mientras que la paz del Nirvana anoréxico sólo se produce a partir de la exclusión del Otro. En este sentido es ésta una paz mortífera, no una reconciliación, sino una inanición del ser:
cuando supero la opresión del hambre y no tengo ya la percepción de un estómago que debo llenar, entonces cala en mí un sentimiento de paz. Me encuentro así en un estado de inanición que me separa de cualquier cosa y me hace sentir fuera del mundo, como en una beatitud, pero sin emociones.
Esta “beatitud sin emociones” de la que habla Marianna es el efecto de una separación absoluta del Otro. La inexistencia del Otro -que es un asunto de estructura – se presenta como realizada salvajemente por la anoréxica: no existe demanda alguna, ni deseo alguno hacia el Otro porque el Otro como tal no existe para ella. Lo que existe es sólo esta inedia del ser que aleja al sujeto del encuentro con el Otro sexo. Alejamiento que debe entenderse de dos modos: alejamiento del Otro sexo en el sentido de evitar el encuentro con el hombre y alejamiento del Otro sexo en el sentido de un rechazo de la feminidad como Otro sexo.
El rechazo anoréxico no se manifiesta sólo como una forma paradójica de reclamo -es el caso de la anorexia histérica-, sino que puede asumir una radicalidad no reducible a la provocación de la llamada al Otro asume el significado de un empuje a la muer te propiamente dicho. La declaración repetida continua y monótonamente por Marianna de “¡quiero morir!” es una manifestación que no tiene valor de mensaje, sino que manifiesta un rechazo de la vida porque es la vida como tal la que la obliga a sucumbir al “factor letal” del significante. Para no perder siquiera un poco de goce, para cultivar la ilusión de una proximidad absoluta con la Cosa, el sujeto anoréxico está dispuesto a realizar en su mortificación real una separación sin regreso. Bajo esta perspectiva, la reducción _ del cuerpo a un desierto de goce en la anorexia grave no debe considerarse tanto como un efecto del apresamiento del sujeto en las redes de lo simbólico, como un amor por lo simbólico, sino como una especie de retorno en lo real de un rechazo primordial con respecto al Otro. Lo que la anoréxica no tiene intención de asumir es el cuerpo como separado de la Cosa o, dicho de otro modo, es el dominio letal del significante que separa el cuerpo de la Cosa.
El amor por lo simbólico de la anorexia -su forma de arriesgar la vida para alimentarse del signo de amor- se mueve siempre en el filo sutil del odio por lo simbólico. En el caso de Ellen West, Binswanger subraya que la posición de fondo que asume Ellen frente al Otro ya en el momento del destete se inspira en un rechazo claro de la implicación al Otro que comporta la existencia Se trata en este caso de un rechazo que no podemos mantener en tensión con el deseo, no del rechazo como estrategia del deseo, sino de un rechazo más radical: un rechazo que afecta a la separación del sujeto del goce de la Cosa, un rechazo de la represión primordial como tal.
El empuje a la muerte, el “ansia de muerte” que se apodera de Ellen West es un efecto de esta oposición primordial del sujeto a la acción del Otro.
La desunión entre las pulsiones de muerte y las pulsiones de vida, tal como resulta de las teorías de Freud, encuentra en el empuje a la muerte de la anorexia una expresión radical. Es la paradoja de un valor añadido del cuerpo -un plus que fetichiza el cuerpo reconduciéndolo más acá de la pubertad, restaurándolo como asexuado, como puro falo imaginario- que se combina con la aniquilación nihilista del cuerpo, con la reducción, con la degradación masoquista del cuerpo a nada. En efecto, para Ellen West la nada no es un objeto separador, un eje para interrogar al Otro sobre su deseo, sino una meta de la vida, un modo para la vida de sustraerse a la corrupción de la muerte y del sexo, para transformar la falta en ser a la que la acción del Otro obliga a la existencia humana en una mortificación real que oculta la presencia de la muerte en la vida. Es ésta, de hecho, la idea de la muerte, del empuje hacia la muerte, del ansia de muerte o del apetito de muerte, como “liberación del Otro” con la que coquetean Marianna y Ellen West. Efectivamente, para Ellen West no se trata nunca de separación del Otro, sino de negación o rechazo del Otro que reduce el movimiento mismo de separación al de un empuje hacia la liberación de tipo melancólico y que Binswanger asocia con acierto al que se encuentra en las dependencias patológicas, por ejemplo en la toxicomanía
Para Marianna el valor añadido de la anorexia no es suficiente para hacer soportable la vida. En este caso el valor añadido no es el producto de una fetichización fálica del cuerpo, sino de una fetichización, si puede decirse así, del vacío mismo. Sin el auxilio del fantasma la vida es un horror indecible. Marianna se enfrenta traumáticamente al mismo desde que se entera, de niña, que su vida no ha sido sino una “broma”, un “imprevisto” y que su madre, depresiva y psicótica, siendo ella recién nacida, había intentado literalmente tirarla al contenedor de basura del patio como si fuera una cosa. Encuentro terrible y aterrador con el sinsentido de la vida, con el objeto (a) que somos para el Otro. El empuje a la muerte de Marianna encuentra en esta identificación primaria al rechazo su horma dramática.
En el caso de la melancolía anoréxica podemos no encontrar la condición delirante que caracteriza la melancolía en sentido estricto (delirio de auto-acusación), puesto que la sombra del objeto no cae tanto sobre el yo cuanto, como teoriza Brusset, sobre el cuerpo. En efecto, es el cuerpo el que se asume como blanco del autorreproche y del sentimiento de indignidad del sujeto, como lugar donde se manifiesta, desentrincada de Eros, la pulsión de muerte. También la denominada hiperactividad anoréxica revela aquí su alcance mortífero. El empeñarse en actividades deportivas extenuantes, el estar siempre en movimiento, el no concederse nunca una pausa, el evitar sentarse o tumbarse, el mantenerse siempre en pie son sacrificios autoimpuestos para no ceder ni tan solo un poco de goce.
“Debo quemarlo todo, no debo dejar que nada se sedimente dentro de mi cuerpo …, cuando camino durante horas me digo, muy bien, sigue así, quema, quémalo todo…”
Ni un solo residuo debe habitar en un cuerpo, como el de Marianna, que no ha encontrado ninguna inscripción simbólica posible, sino sólo una identificación holofrásica al rechazo. En este “quemarlo todo” Marianna quiere hacer “tabla rasa” del Otro. Su hiperactividad no es una manifestación de la pulsión de vida, sino un modo de actuar que pretendería preservar un dominio del sujeto contra el Otro. Al crear el vacío en su cuerpo Marianna busca en realidad una cobertura del vacío, de ese gran vacío que a menudo, entre lágrimas, describía como su auténtico ser. En la aparente exaltación dinámica y eufórica de la vida que puede percibirse fácilmente en muchas anoréxicas y que encontrarnos como eje del discurso social contemporáneo -late efectivamente sólo este “gran vacío” al que, en el fondo, decide consagrarse hasta la muerte el sujeto anoréxico en la ilusión de que en el mismo se conserve el goce de la Cosa.